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La (des)humanización de la guerra

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A veces cuesta un poco darse cuenta pero, en realidad, Bush es un idealista. Escuchándole, parece que esta guerra es casi una obligación humanitaria. Es tal su devoción y altruismo que no le importa sacrificar las vidas de sus propios ciudadanos con tal de beneficiar a los sufridos iraquíes. La guerra de nuevo tipo que nos anuncia a bombo y platillo su jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, se desarrolla con unas bombas de tal precisión que sólo matan a quien deben, y a nadie más. Es, dicen, la guerra limpia, perfecta. Los soldados salvan a niños que están donde no debían estar o dan de beber al prisionero sediento. Los daños colaterales, a la vista de la reacción de los mandos estadounidenses ante la matanza de Al Shajab, son autoinflingidos por los propios iraquíes, que se dispararan a sí mismos. Es el fuego «amigo» del otro bando. Y es que no se quiere destruir, sino liberar, darle un pequeño empujón, una pequeña ayuda a esos disconformes que no se acaban de rebelar a causa de un miedo enfermizo al tirano.

Las tropas angloamericanas que controlan el enclave de Um Qasr se desviven por desminar el puerto (¿se habrá muerto algún pobre delfín?) y así posibilitar la llegada, otra vez, de ayuda humanitaria a una sufrida población iraquí, diezmada no por la guerra sino por los efectos de un embargo cuya responsabilidad es cosa de Sadam. No se deben utilizar en esta tarea los puentes aéreos para evitar confusiones. Uno no sabe cómo interpretar las imágenes de la gente abalanzada sobre los camiones en Safuán, todo lo contrario que se puede esperar de un ejército tan bien organizado: ¿falta de previsión o instigación? Sólo les falta responsabilizar de esas tareas a los condenados a realizar trabajos en bien de la comunidad.

Mientras Bush elige a los miembros del futuro gobierno iraquí o reparte concesiones entre sus más directos colaboradores, Aznar envía soldados españoles a la zona también en «misión humanitaria». Ana Palacio, por su parte, mima la tibieza (¡que dé un grito, que haga un gesto, por favor!) del Sr Annan mientras exhibe la chequera para ayudar a paliar los efectos de la guerra, incluso pensando en aquella población kurda a cuyos representantes negamos, no hace mucho, la posibilidad de que se reunieran en Vitoria. Pero aquél era otro orden.

Tanta generosidad no obedece a problemas de conciencia sino a la necesidad de evidenciar ante la opinión pública la falta de humanidad de los agredidos; no es un humanitarismo destinado a servir de edulcorante frente a invasiones, combates y explosiones. Estoy seguro de que las protestas públicas contra la guerra no desmoralizan a la Casa Blanca. Cuando a uno lo mueve la fe y una convicción profunda, incluso lamentando el boicot a los productos norteamericanos, que afortunadamente podrá ser recompensado con el incremento del consumo de la producción armamentística, todo precio es poco. ¡Ah!, y las tropas se marcharán de Oriente Medio a la primera ocasión, porque la suya es una misión humanitaria. Y no es cosa de premiar a algunos excesivamente, que de esos celos luego resultan las más grandes crisis universales. Y Bush, ante todo, quiere ser justo. Es lo mínimo que puede hacer por ese Tribunal Supremo de Estados Unidos, que le ha elegido para presidir el país. ¿Tendrán ahora problemas de conciencia?

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