Irán, el relojero nuclear
(Para El País)
El empeño en presentar la reunión de Ginebra entre el G-6 e Irán (1 de octubre) como un éxito- queriendo verla como un turning point iraní-, no se acomoda con los resultados conocidos. Irán se limita a permitir la inspección de su nueva planta de enriquecimiento de Qom; algo que ya había admitido de antemano, al tiempo que volvía a insistir en su estricto cumplimiento del TNP (que solo le obligaría a notificar su existencia seis meses antes de la entrada en funcionamiento; lo que todavía no ha ocurrido). A cambio, se le permite incrementar el nivel de enriquecimiento de su uranio hasta el 20%- en un tercer país, para fines médicos-, con lo que se avala de facto lo que ya viene haciendo en sus centrifugadoras de Natanz. Si eso es todo- y no parece que haya nada más sustancial-, se confirma que, una vez más, Irán sigue manejando el reloj a su antojo.
Desde que se supo que Irán estaba desarrollando un programa nuclear secreto (2003) hasta hoy, las autoridades iraníes han mostrado su maestría como relojeros, conocedores de las reglas del juego internacional y de las carencias del régimen de no proliferación nuclear.
Así, han logrado ampliar notablemente sus capacidades, incluyendo el enriquecimiento de uranio y, ahora, la construcción de una segunda planta añadida a la de Natanz. Y lo han hecho, además, en mitad de una seria crisis económica interna (a la que se añade ahora la política, derivada del reciente fraude electoral) y de sucesivas sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Visto así, interesa conocer a qué distancia está Irán de ser una amenaza militar nuclear y determinar si es previsible que hipotéticas sanciones añadidas a las actuales vayan a disuadirlo de seguir adelante con un proyecto que se ha convertido en seña de orgullosa identidad nacional, a la par que en salvaguarda de un régimen que se sabe en el punto de mira de quienes no aceptan su protagonismo regional. Asumiendo las incertidumbres que rodean el caso, puede resultar útil repasar dónde nos encontramos y hacia dónde pueden evolucionar los acontecimientos en diferentes ámbitos.
Técnicamente, Irán va dando todos los pasos necesarios para disponer algún día de suficiente material nuclear para ser armado en la cabeza de un misil de alcance estratégico. Pero hoy, la realidad es todavía muy distinta. Sus centrifugadoras operativas apenas superan las 8.300- muy lejos del declarado objetivo de 50.000 y claramente insuficientes para proporcionar tan siquiera los 37.000 kilos de uranio enriquecido al 4-5% que precisa su reactor nuclear de Bushehr para ser operativo- y solo han logrado enriquecer unos 1.500 kilogramos de uranio. Esa cantidad se acerca ya al mínimo necesario para que empiece a cristalizar la idea que los responsables iraníes pueden tener en mente sobre el poder que dan las armas nucleares- garantizar su supervivencia y consolidar su liderazgo regional-. En todo caso, y en contra del alarmismo actual en algunos círculos, llegar ahí no sería más que el primer paso de un proceso que necesita, además, un altísimo nivel tecnológico para llegar a disponer de una cabeza nuclear operativa a partir de esa fuerza bruta nuclear y, no menos complejo, de unos misiles de contrastada eficacia y alcance para desafiar a sus potenciales enemigos. Irán está lejos de esa tecnología, tanto en el terreno de la miniaturización como en el misilístico (muy a su pesar, los Shahab-3 y los Sajil no superan los 2.000 kilómetros con cargas explosivas de mediano tamaño).
Estamos ante una situación que concede tiempo a todos los actores implicados, aunque previsiblemente no todos lo utilizarán del mismo modo. Unos pueden pensar que nuevas sanciones son inevitables y suficientes por sí solas para evitar que Irán traspase el umbral nuclear. Quizás olvidan que las anteriores no han surtido tal efecto y que todavía no hay consenso sobre las futuras. China- con Irán como su segundo proveedor de petróleo y como importante territorio para sus inversiones (120.000 millones de dólares en estos últimos cinco años)- no querrá ver dañadas su perspectivas sin algo muy sustancial a cambio (¿satisfará Obama las peticiones económicas que le hagan sus anfitriones el próximo noviembre?). Rusia, por su parte, sabe que seguir manteniendo su delicado apoyo a Irán le concede una baza fundamental para presionar a Washington en su pretensión por recuperar su rango de potencia mundial y por asegurarse una zona de influencia propia en la región. Por eso mismo se ha apresurado en desmentir que la acertada decisión estadounidense de renunciar al despliegue de parte del escudo antimisiles en Polonia y Chequia vaya a traducirse, sin más, en un cambio radical de postura rusa con respecto a Irán (al que suministra el combustible de Bushehr, entre otras cosas).
Otros creerán que ya ha llegado el tiempo de que hablen las armas, convencidos de que un Irán nuclear resulta insoportable para la estabilidad mundial. Es curioso comprobar que en este campo coinciden tanto algunos regímenes árabes- temerosos de verse dominados por persas chiíes que cuestionan el statu quo actual- como Israel- interesado en desviar la atención sobre su reiterado desprecio de la legalidad internacional, incluyendo el terreno nuclear-. A día de hoy, sin embargo, la opción militar debe quedar completamente descartada, no solo porque no es necesaria sino, sobre todo, porque sería altamente contraproducente para los delicados equilibrios regionales y mundiales. Aunque Israel tiene una innegable superioridad militar en Oriente Medio, no le basta para sostener una campaña que destruya a su enemigo iraní (ni su armada puede asegurar el dominio naval en la zona y el transporte de suficientes medios para alimentar un ataque en fuerza, ni su aviación de combate tiene posibilidad de lanzar un ataque con mínimas garantías de éxito sin la colaboración árabe para atravesar su espacio aéreo hasta sus objetivos iraníes). Necesitaría, además, el apoyo político y militar estadounidense, en un momento en el que Washington no puede embarcarse en otra desventura que se sume a las de Iraq y Afganistán.
Por su parte, Irán tiene suficientes bazas de retorsión como para abortar cualquier locura militarista, sea por su capacidad para complicar hasta el extremo las cosas a Washington en Iraq y en Afganistán, como para hacer lo propio con Israel- movilizando a peones como Hezbola y Hamas- y hasta a Arabia Saudí. Tiene, igualmente, muchas opciones para perturbar dolorosamente el tráfico marítimo de los hidrocarburos que salen diariamente por el estrecho de Ormuz, ahora que algunas economías comienzan a salir de la crisis. Es seguramente por todo eso por lo que en muchas ocasiones parece que los mensajes de Washington no van tanto dirigidos a Teherán como a Tel Aviv, intentado enfriar las veleidades belicistas de un gobierno que ha hecho de Irán su espantajo exterior.
Por último, los actores más racionales tendrán que concluir que solo es posible la negociación con quien ya es, sin remisión, el líder regional. Irán dispone hoy de ventajas claras sobre sus oponentes, lo que aumenta su poder en cualquier mesa, y, simultáneamente, ha mostrado en muchas ocasiones su voluntad por encontrar bases para el acuerdo (ya en 2003 ofreció a Washington una negociación global).
Irán aún no es una potencia nuclear militar, ni sería una buena noticia que llegue a serlo algún día (aunque ni mejor ni peor que cuando lo lograron Israel, Paquistán, India o Corea del Norte). Que no llegue a serlo depende en gran medida de la voluntad internacional para establecer un diálogo directo sobre bases menos ideológicas y más pragmáticas. En este caso concreto los términos del diálogo parecen claros: renuncia al poder nuclear a cambio de garantías de seguridad y reconocimiento de Irán como interlocutor central en la agenda de Oriente Medio. Más allá de la carga ideológica de muchos de los discursos utilizados hasta hoy, debemos reconocer que la estabilidad de esa región es el verdadero interés que nos mueve…, y los iraníes comprenden ese lenguaje (aunque eso pueda disgustar a Israel, a Rusia y a algunos países árabes).