investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos en otros medios

¿Hacia dónde nos lleva la Hoja de Ruta?

ima26

(Para Le Monde Diplomatique)
Ariel Sharon conoce como pocos las reglas de un viejo juego, en el que ha contado con brillantes predecesores entre los gobernantes israelíes, para aparentar flexibilidad en cualquier marco de negociación con sus vecinos árabes, sin tener que finalmente renunciar a nada sustancial, manteniendo en todo momento el control sobre el ritmo del proceso y obligando al oponente a debatir sobre los temas que él mismo elige como parte de la negociación. Así lo ha hecho recientemente, el pasado 25 de mayo- cuando apareció victorioso como un defensor de la paz, tras vencer las resistencias de sus colegas de gabinete ministerial-, al aprobar la Hoja de Ruta que, por primera vez en la historia de Israel, implica el reconocimiento a la futura existencia de un Estado palestino independiente. Esta decisión, que trata de presentarse como una apuesta decidida por la paz en la región, es una muestra más de quién controla efectivamente, con el permiso de Washington, la agenda de Oriente Próximo.

Él ha sido quien ha obligado a sus promotores a retrasar hasta la misma presentación pública de lo que no es más que un itinerario que, en el mejor de los casos, podría conducir a negociaciones directas entre palestinos e israelíes. Se ha amparado primero en la necesidad de esperar al resultado de las elecciones que le han vuelto a confirmar en su puesto, después en la necesidad de lograr la marginación de Arafat, con el nombramiento de Mahmud Abbas (Abu Mazen), e incluso posteriormente con la condición añadida de que fuera proclamado el nuevo gabinete palestino. Todo esto se ha cumplido ya… y, sin embargo, todo apunta a que Sharon no parece dispuesto a dar su brazo a torcer tan fácilmente. Así lo demuestra la impresión transmitida tras su primera entrevista con el todavía débil líder palestino, Abu Mazen. No sólo logró salir de ella sin asumir ningún tipo de compromiso público, sino que su propia celebración se produjo sin que se viera obligado, como pretendían los miembros del Cuarteto y sobre todo los líderes palestinos, a aceptar la puesta en marcha de dicha Hoja. Lo mismo cabe pensar, por mucho que oficialmente se utilizara la excusa de los brotes violentos de mediados de mayo, sobre la suspensión de la visita a Washington del pasado día 20, en un intento, exitoso una vez más, por escapar a cualquier presión externa sobre la agenda israelí.

Ahora, cuando ya se da por acordada una segunda reunión entre Mazen y Sharon e incluso un encuentro adicional con la presencia del presidente Bush, sigue resultando evidente que el desbloqueo de la situación actual y la puesta en marcha de la Hoja de Ruta, más allá de su aprobación formal por el Cuarteto y la aceptación palestina, descansa en manos de Sharon.

Con vistas a lo que pueda ocurrir en el futuro conviene recordar que los dirigentes israelíes, tanto los laboristas como los del Likud, han dado muestras sobradas de sabiduría en el manejo de los modos y de los tiempos políticos. En el marco de los Acuerdos de Oslo siempre han sabido crear crisis artificiales para desviar la atención sobre un incumplimiento, aparentado ceder posteriormente de su postura inicial (túnel de los asmoneos, retrasos en la transferencia obligatoria de los impuestos recaudados en nombre de la Autoridad Palestina, cierres forzados de los Territorios palestinos…) en un ejercicio de ensayada flexibilidad, para conservar en esencia su posición inicial. Ahora, Sharon vuelve a insistir en esa línea, esperando ganar el tiempo suficiente para verse libre de las supuestas presiones que Washington pudiera realizar, parcialmente obligada por su necesidad de atender las peticiones de su socio británico y de transmitir a los mal llamados regímenes árabes moderados su compromiso por pacificar la región tras la campaña contra Iraq.

De esta manera, la Hoja de Ruta aparece plagada de señales que invitan al escepticismo en múltiples direcciones. Por lo que respecta al bando palestino, éstas son la más destacadas:

– Suponer que Mazen es una alternativa real a la corrupción y a la ineficiencia que caracterizan desgraciadamente a la Autoridad Palestina es un ejercicio que tiene que ver más con los deseos que con la realidad. No puede olvidarse que el veterano dirigente palestino ha sido, desde la fundación de la OLP, un aliado fiel del propio Arafat y que a su lado ha participado de todos los aciertos y errores cometidos. Pero aun en el caso de que pretendiera establecer distancias con su antiguo jefe, se enfrentaría a las enormes dificultades derivadas de su propia debilidad (su popularidad entre los palestinos es infinitamente menor que la que disfruta todavía Arafat), tanto frente al resto de los dirigentes palestinos como ante los más de tres millones de habitantes de Gaza y Cisjordania.

– Su legitimidad es, asimismo, muy relativa. Arafat es el único líder palestino que ha sido elegido, en 1996, en el marco de unas elecciones abiertas. Nada garantiza que en las próximas elecciones, que deben celebrarse de manera inmediata tal como contempla la Hoja de Ruta, Mazen pueda recibir el apoyo mayoritario que certifique finalmente la desaparición de Arafat. En la medida en que trate de eliminar el protagonismo violento de grupos radicales palestinos, estará sometido a mayores críticas de su propio pueblo, que tenderán a percibirlo como un emisario de Israel, encargado de pacificar por la fuerza la calle palestina. Esta situación será tanto más negativa para sus intereses cuanto más se retrasen las autoridades israelíes en abandonar su política de castigos colectivos y en adoptar medidas efectivas para mejorar la situación sobre el terreno. Por el contrario, si decide mostrarse serio frente a los israelíes, no reduciendo el nivel de exigencias que han planteado hasta ahora los líderes palestinos, se verá sometido inmediatamente a un nuevo ejercicio de desgaste por parte de Tel Aviv y Washington, en un intento por forzar su resistencia.

– La marginación de Arafat no es tan evidente. Además de la popularidad que conserva, a pesar de los errores acumulados, mantiene el control de una parte sustancial del aparato de poder en los Territorios. Por una parte, se ha dotado de un equipo paralelo al de Mazen y se ha autoproclamado presidente de un Consejo Nacional de Seguridad, con competencias en asuntos de seguridad y de relaciones con Israel. Por otra, no sólo no ha perdido el control de al menos cinco de los servicios de seguridad que ha ido creando en estos últimos años, sino que, además, sigue siendo, como máximo líder de Al Fatah, el responsable último de los grupos Tanzim (incluyendo, por tanto, a las Brigadas Al Aqsa), implicados en la resistencia amada contra Israel. Estos grupos no dependen de la Autoridad Palestina. ¿Se atreverá Mazen en su faceta de ministro de interior, o su delegado para temas de seguridad, Mohamed Dahlan, a imponerles el desarme?

– Al margen de la estructura de la Autoridad Palestina, la presencia de grupos como Hamas y la Yihad Islámica, cada uno con sus milicias violentas, presentan una preocupación añadida para Mazen. Si finalmente asume hasta sus últimas consecuencias la tarea de neutralizar su capacidad operativa, además del rechazo social que pueda producirse en ciertos círculos, se encontrará a las puertas de un enfrentamiento interno entre palestinos, con las graves consecuencias que eso puede suponer.

No menores son las señales de escepticismo que emanan de las declaraciones y de los comportamientos de los dirigentes israelíes:

– Sharon ha dado muestras sobradas de su determinación para resolver definitivamente el problema con los palestinos. Mediante el uso de la fuerza, entiende que está ante una ocasión única para ello, en el marco de una agenda de seguridad internacional dominada por el interés de Washington de eliminar el interesadamente llamado terrorismo islámico. En esa línea, desarrolla una estrategia de hechos consumados (construcción del muro de separación, incremento de los asentamientos, eliminación de los dirigentes de la Intifada, castigos colectivos a la población palestina), consciente de que cuenta con el respaldo explícito del único actor internacional que le merece consideración: Estados Unidos. Todo lo que haga en este campo parte de la idea de que no necesitará renunciar a ningún objetivo sustancial y que tiene margen de maniobra suficiente, en función de ese apoyo externo y de su propia superioridad frente a sus vecinos, para modular las aparentes concesiones que deba realizar.

– Asimismo, interpreta que la Hoja de Ruta no sólo no le obliga a dar pasos de manera simultánea a los que debe dar la Autoridad Palestina, sino que, además, es posible todavía renegociar su contenido. No es una interpretación equivocada, sino el resultado de su convicción de que Washington no va, en ningún caso, a forzarle a ir más allá de donde Sharon quiera ir en cada momento. Evidentemente, no cabe esperar que vayan a ser admitidos en su totalidad los catorce puntos que Sharon pretende imponer en una reforma del texto conocido de la Hoja, pero también hay un convencimiento generalizado de que logrará introducir aquéllos que realmente constituyen puntos fundamentales para su estrategia de dominio de la zona.

En este repaso sobre las señales que ya desde un principio oscurecen las perspectivas de desarrollo de la iniciativa presentada por el Cuarteto el pasado 30 de abril, no pueden dejarse de lado las consideraciones que afectan a Estados Unidos:

– Difícilmente puede encontrarse otra administración estadounidense que- tanto por razones estratégicas como de afinidad de pensamiento o, incluso, de raíz religiosa- haya estado tan volcada en la defensa de su tradicional aliado. Su planteamiento actual- según el cual el uso de la fuerza en la región no bastará para derrotar a los enemigos, obligando por tanto a modificar regímenes e incluso a rediseñar el mapa de la zona- encaja perfectamente con los planes israelíes.

– Entre otras razones, que orientan la actuación estadounidense en la zona, Washington parece decidido a pacificar la región (Iraq ha sido el último intento) con la intención de provocar un cambio de situación que neutralice las principales amenazas a la seguridad de Israel (Irán, Iraq y Siria). De esta manera, los dirigentes israelíes estarían más dispuestos a mostrar una mayor flexibilidad para poner fin al largo conflicto que los enfrenta con sus vecinos árabes. Adicionalmente, este control hará que los palestinos queden todavía más solos de lo que ya lo están en la actualidad, con lo que será más fácil conseguir su renuncia a determinadas aspiraciones políticas.

– Cada vez de manera más urgente, Bush está reorientando su foco atención hacia los asuntos internos, consciente de que debe cuidar el frente interno en su afán por retener el poder en noviembre del próximo año. Desde esta perspectiva cabe esperar que sus esfuerzos por promover la paz en la región serán limitados, aunque sólo sea porque no puede arriesgarse a perder el voto judío y por una simple cuestión de definición de prioridades.

– Por último, tampoco puede esperarse que Washington esté muy decidido a promover el protagonismo del Cuarteto. Una vez que la campaña de Iraq ha puesto de manifiesto las discrepancias trasatlánticas y la decisión de Estados Unidos ya no sólo de gestionar los asuntos mundiales como única superpotencia, sino de transformar las reglas de juego en función de sus propios intereses, no parece lógico esperar que ahora vaya a facilitar la colaboración con la Unión Europea, la ONU o Rusia, en un tema en el que, además, los gobiernos israelíes han mostrado tradicionalmente un claro rechazo a la implicación directa de cualquier actor externo a la zona que no sea Estados Unidos.

Es a partir de estas consideraciones como puede entenderse que Sharon haya podido convencer a quienes, tanto dentro como fuera del gabinete, se oponen frontalmente al acuerdo con los palestinos y al reconocimiento de un futuro Estado. El líder del Likud cuenta con buenas bazas a su favor. Sabe que el tiempo corre a su favor, dado que en muy poco tiempo Bush ya no podrá mantener, aun suponiendo que lo pretendiera, la presión sobre israelíes y palestinos, enfrascado ya en la lucha por su reelección y en gestionar un Iraq post-Sadam Husein que todavía le reportará muchos dolores de cabeza (sin contar con la evolución de otros casos como Corea del Norte, Colombia…). Sabe también que la presión nunca llegará a ser insoportable, poniendo en peligro los fundamentos de la alianza entre ambos países. Puede, en consecuencia, manejar el tema en función de sus propios ritmos y planes.

Lo que cabe esperar a partir de ahora es que se produzca una presión creciente sobre Mazen para que siga aplicando puntualmente los pasos que le marca la Hoja de Ruta, mientras que se reserva a Sharon la posibilidad de retrasar sus compromisos hasta que no considere (¿en función de qué criterios?) que se hayan cumplido las condiciones que él mismo exija. Seguir planteando, como hace Sharon, que no habrá negociación mientras no desaparezca la violencia, es conceder un derecho de veto a los violentos en los dos bandos y reservarse el poder para paralizar el proceso cada vez que lo desee. Existe asimismo una alta probabilidad de que finalmente sean atendidas las principales peticiones de reforma de la Hoja reclamadas por Sharon, tanto en lo que respecta a que sea EEUU el verdadero arbitro a considerar (dejando al resto del Cuarteto en una posición poco más que decorativa), como en lo que afecta a la pretensión de dejar fuera el tema de los refugiados, el futuro de Jerusalén, de los asentamientos o de las fronteras definitivas.

Aunque la atención esté actualmente centrada en conseguir el arranque efectivo de la Hoja de Ruta, cabe plantearse ya desde ahora mismo, por muy aventurado que pueda parecer, a dónde conduce realmente esta iniciativa. No sólo se trata, como ya se ha mencionado, de que no es en sí mismo un plan de paz, sino de que fundamentalmente propone un escenario final que no termina de encajar con las exigencias de una paz justa, global y duradera para la región. Por una parte, no propone nada que permita pensar en una resolución de las diferencias entre Israel y Siria (Líbano sería una cuestión subordinada a este tema), salvo esperar que el incremento de la presión estadounidense sobre el gobierno de Damasco termine por provocar una retirada del apoyo a grupos palestinos radicales y a Hezbollah, al tiempo que se produzca un regreso a una mesa de negociaciones con una postura más acomodaticia en lo que afecta a la ocupación israelí de los Altos del Golán.

Por otra, y ésta es aún más decisiva, el horizonte que plantea a los palestinos no apunta a la posibilidad de que puedan ver cumplidas sus aspiraciones mínimas para constituir un Estado independiente y viable. Una entidad que no tendrá continuidad territorial asegurada, ni fronteras directas con sus vecinos, ni espacio aéreo o aguas territoriales propias, ni fuerzas armadas, ni posibilidad de firmar acuerdos con otros países en materia de seguridad, si no cuenta con aprobación previa de Israel, que a su vez se reservaría la potestad de mantener su presencia militar en determinadas zonas o, al menos, la posibilidad de redesplegar sus unidades ante la percepción de posibles amenazas… es todo menos un Estado, tal como se entiende este concepto actualmente. Si Israel ha mantenido una estrategia sistemática para hacer inviable la autonomía estatal de los Territorios, destruyendo sus débiles bases de posible desarrollo, ¿cabe esperar que ahora, cuando Sharon cree estar a punto de rematar definitivamente su tarea, vaya a conceder una nueva oportunidad a sus vecinos palestinos?

Publicaciones relacionadas