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Honduras, Afganistán,…: para ciertos viajes no hacen falta alforjas

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(Para Radio Nederland)

Dos acontecimientos han marcado la atención internacional de las últimas semanas, a kilómetros de distancia uno del otro, y sin aparente relación: la crisis abierta en Honduras tras el golpe de estado contra el presidente Zelaya, y la situación creada tras la suspensión de los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Afganistán, tras los evidentes indicios de fraude a gran escala.

Y ambos casos guardan más relación de la que aparentemente tienen. En las dos situaciones parecía existir un acuerdo por parte de la comunidad internacional sobre lo inaceptable de los hechos. En ambos casos, por tanto, comenzó a abrirse paso una posición común entre muy diversos países sobre la mejor manera de presionar a los líderes involucrados en los acontecimientos –en este caso Karzai y Micheletti- y sobre la manera de resolver la situación. También en los dos casos, las expectativas creadas fueron grandes y, debido al consenso generalizado, tanto la vuelta de Zelaya a su puesto, como la repetición de las elecciones o, mejor, la segunda vuelta de las mismas en Afganistán parecían ser las alternativas más claras y rápidas. Y sin embargo, los dos casos se han resuelto de maneras completamente insatisfactorias que parecen contentar más a los infractores – otra vez Karzai y Micheletti- que a los que han sufrido las consecuencias, el presidente Zelaya y el candidato Abdulá Abdulá. Y todo ello se ha producido en un escenario internacional en el que, aparentemente, la nueva política exterior estadounidense jugaba a favor de soluciones justas y negociadas a las dos situaciones. ¿Cómo explicar estos dos fracasos, por mucho que sean presentados como éxitos, de la diplomacia internacional? La coincidencia con el primer aniversario de la elección del presidente Obama hace la reflexión más pertinente.

El golpe militar en Honduras, clásico «patio trasero» de los Estados Unidos, tras décadas de ausencia de este tipo de pronunciamientos en el continente, suponía una amenaza de regreso al pasado para la región, y un primer test para la política exterior estadounidense en la zona. La clara toma de posición tras el golpe tanto del presidente Obama como de la Secretaria de Estado Hillary Clinton respecto a la ilegalidad e ilegitimidad del mismo, y sobre la exigencia de la vuelta del presidente electo Zelaya, presagiaban una solución más rápida y satisfactoria y una actuación más decidida por parte de la diplomacia estadounidense. Y evidentemente, eso no ha sido así sino que, por el contrario, se ha dejado pasar el tiempo –que no lo olvidemos favorecía a los golpistas- de modo que finalmente Zelaya debiera avenirse a una solución que, al menos, le puede permitir salvar la cara y retomar formalmente tan solo por unos días su puesto en la Presidencia. Pero sin haber conseguido ninguno de los objetivos que pretendía cuando sufrió el golpe de estado. Y ni las primeras intentonas de la OEA, ni la posición más arriesgada de Brasil, que por vez primera toma una posición protagonista en una crisis de este tipo en el continente, consiguieron nada. Ha sido, como es habitual, la participación del secretario de Estado adjunto para el Hemisferio Occidental, Thomas Shannon, el asesor presidencial Dan Restrepo y la larga mano de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, los que han muñido un acuerdo, del que aún desconocemos las contrapartidas que otorga al Partido Nacional y a su líder Porfirio Lobo que sale claramente beneficiado del mismo. En cualquier caso, tras cuatro meses tras el golpe de estado y a tan solo un mes de la celebración de las elecciones, los golpistas se salen con la suya: frenan los intentos de celebración del referéndum que proponía Zelaya, se sitúan cómodamente para las elecciones, y tan solo ceden una más que formal vuelta de Zelaya durante un breve periodo de tiempo. Nada que ver con las expectativas generadas hace cuatro meses como vía para la resolución de la crisis creada tras el golpe.

En el caso afgano, aunque con cierto retraso tras los datos facilitados por la propia ONU, también la comunidad internacional parecía reaccionar al considerar fraudulento el resultado e ilegítimo al virtual vencedor Hamid Karzai. Y sin embargo, en el plazo de unos días, sin que nada haya cambiado respecto a la situación sobre el terreno, y subsistiendo, por tanto, las condiciones que hicieron posible el fraude, motivando por ello la retirada del candidato Abdulá, la comunidad internacional con Estados Unidos y su diplomacia a la cabeza decide que lo mejor y lo más aceptable es reconocer a Karzai como presidente electo. Echando por tierra todo lo dicho hace apenas un par de semanas, y concediéndole una legitimidad y una credibilidad que hasta ahora le negaba.

Tanto en Honduras como en Afganistán se han tratado de justificar este tipo de «soluciones», que a nadie parecen satisfacer pero que casi todos aceptan, por razones de pragmatismo. Una vuelta a la real politik de otros tiempos. La actuación de la Secretaria de Estado Hillary Clinton parece apostar por este tipo de enfoques y por un mantenimiento del statu quo que pueda favorecerle en casi todas las situaciones. Y esto choca claramente con el discurso teórico del presidente Obama que aboga por unas relaciones internacionales basadas en principios y en el respeto a los marcos multilaterales para la solución de los problemas. Tal vez el recién elegido presidente Obama no tuviera otro remedio cuando la designó como Secretaria de Estado al inicio de su mandato, pero no creo que sea atrevido sugerir que esa decisión va a tener, está teniendo ya, un efecto sobre la credibilidad exterior de su política internacional. Para llegar a «soluciones de las de toda la vida» como las de las crisis de Honduras y Afganistán, no vale la pena crear las expectativas de que algo está cambiando en la arena internacional. Al menos, hasta ahora, poco ha cambiado.

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