Cuidado con la solidaridad
(Para El País)
La liberación de Albert Vilalta y Roque Pascual ha roto un silencio que las ONG han mantenido durante nueve meses. Con los cooperantes españoles ya en casa, el debate se ha abierto: ¿hay que mantener las caravanas solidarias que reparten ayuda a países pobres, o se trata de un método desfasado y poco eficaz? Si la vulnerabilidad de los cooperantes en el mundo aumenta, ¿es seguro enviar convoyes sin protección alguna a zonas de riesgo? Las entidades cuestionan los métodos (que no la buena voluntad) de iniciativas como la de Barcelona Acció Solidària y piden un enfoque profesional de la actividad solidaria.
«Nadie tiene el monopolio de la solidaridad ni cuestionamos el corazón de las personas. Pero la experiencia demuestra que las caravanas tienen un impacto muy bajo en el desarrollo de los países pobres», resume Francisco Rey, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). Rey cree que hay «otras vías más eficaces» para canalizar la ayuda. «Aunque las empresas y los Ayuntamientos paguen esas campañas, la relación entre costes y beneficios es negativa», insiste. «Una caravana tiene poco impacto de ayuda», coincide la Coordinadora de ONG para el Desarrollo España (CONGDE), «para lo costosa y peligrosa que es».
Entidades y expertos no solo ponen en duda los aspectos prácticos (poca relevancia de las caravanas) sino que critican también el fondo del asunto. No les gusta lo que representan las caravanas. Están fuera de lugar, dicen, y no encajan con la idea de cooperación tal como se entiende hoy: cambiar las estructuras de los países del Tercer Mundo para fomentar su desarrollo.
«Hace medio siglo se podía entender esta redistribución de bienes. Pero ahora se trata de combatir las injusticias sociales», argumenta el presidente de la Federación Catalana de ONG para el Desarrollo (FCONGD), Ferran Mateu.
«Las caravanas han ido desapareciendo. Los materiales que se necesitan para los proyectos se compran en el propio país. Además, las buenas prácticas dicen que es mejor trabajar al máximo con la parte local. La caravana básicamente es logística, y ya no se trabaja así», indica David Minoves, director general de Cooperación al Desarrollo y Acción Humanitaria de la Generalitat.
Barcelona Acció Solidària ya ha anunciado que organizará una nueva edición de su «caravana solidaria», que concibe como un «homenaje» a los tres secuestrados por Al Qaeda en Mauritania: Pascual, Vilalta y Alicia Gámez. La entidad navega contracorriente, ya que a las críticas del sector se han sumado las objeciones de las instituciones. El presidente de la Generalitat, José Montilla, se unió ayer a la petición de la secretaria de Estado de Cooperación Internacional, Soraya Rodríguez, en el sentido de no celebrar nuevas expediciones de ayuda. Al menos, en zonas de riesgo como el Sahel.
Acció Solidària replica que, si el problema es la seguridad, extremará las precauciones y evitará errores pasados. En la última edición, por ejemplo, la entidad informó a través de Internet del lugar exacto en el que dormían cada noche. Los coches tenían incluso un localizador «para facilitar el seguimiento a los familiares», según Francesc Osan, de la ONG catalana. No se plantearon que esa información pudiera ser utilizada para fines más perversos.
«Lo haremos todo de forma discreta y segura. Evitaremos circular de noche y haremos rutas cortas. Ahora sabemos que las condiciones de seguridad en la zona han cambiado», dice el portavoz de la ONG, quien insiste en que la carretera principal de Mauritania (donde se produjo el asalto) era, hasta el año pasado, un lugar seguro. Si la entidad no cambia de criterio, la próxima caravana partirá de España en noviembre y llegará por mar hasta Dakar, para repartir ayuda a Senegal y Gambia. La segunda parte del viaje se hará, por tierras marroquíes, en Semana Santa.
La entidad a la que pertenecen Gámez, Vilalta y Pascual ha hecho autocrítica en materia de seguridad, pero no acepta que su ayuda sea, como apunta el sector, poco útil. «Nuestro proyecto sirve. Trabajamos con ONG pequeñas que no tienen forma de enviar los materiales que reúnen a los países de África con garantías. Somos casi como mensajeros, nos aseguramos de que la ayuda llegue a su destino», dice Osan, que cita el ejemplo de una pequeña entidad de La Bisbal (Girona) que envió un contenedor con camas para un hospital de Dakar. El contenedor tardó nueve meses en salir del puerto. «La corrupción en esos países es brutal. Los robos, también».
La ONG reta a la Agencia Española de Cooperación Internacional a que realice esa tarea y le evite así su «necesaria» misión. «Hay desconocimiento de nuestra caravana. Y algunos lo han aprovechado con mala fe. Hacemos un servicio que deberían hacer las instituciones públicas y nos dicen que somos la caravana de los Reyes Magos».
Las críticas, sin embargo, arrecian también desde ese terreno: los expertos creen que hay un punto de exhibicionismo en las caravanas solidarias. No niegan la buena fe, incluso heroísmo, de sus integrantes, pero sostienen que estas excursiones en grupo hacen más mal que bien a la causa humanitaria. «Estas iniciativas suelen ser humillantes para los países receptores y no sirven para nada al desarrollo. Son irrelevantes», tercia Antonio Sánchez, experto en cooperación no gubernamental. Según Sánchez, la caída de las subvenciones públicas hará que determinadas ONG «desarrollen iniciativas más mediáticas para nutrirse de recursos privados».
La caravana no es exactamente turismo solidario, que consiste en viajar a un país y comportarse de forma solidaria y responsable. Lo que hacen los miembros de la ONG tampoco son vacaciones solidarias, que busca la sensibilización de jóvenes que pasan una temporada en un país pobre. Estas opciones tienen su público y las entidades les ven cierta utilidad, sobre todo a la hora de concienciar a los ciudadanos y crear una «base social» de apoyo a las ONG.
Pero la caravana es una iniciativa sui generis que ha quedado obsoleta, ya que una caravana olvida la implicación con las entidades y la población local, que da pleno sentido a la cooperación. «Dejan la ayuda en manos de sus contactos allí. Es indudable que, a quien le llegue el saco de comida, le sirve, pero eso no es acción humanitaria», precisa Rey.
La acción humanitaria, o sea el traslado de materiales y productos para la población, es útil cuando se trata de afrontar una situación de emergencia. Por ejemplo, las recientes inundaciones en Pakistán. «Lo normal es que ocurra una desgracia y, entonces, envíes allí lo que haga falta», dice Mateu, de la federación catalana de ONG, quien asegura que estas iniciativas son «absolutamente minoritarias dentro del sector».
Gámez es funcionaria de juzgados y Vilalta y Pascual son empresarios. Pese a que acumulaban experiencia por su participación en varias ediciones de la caravana, no son profesionales de la cooperación. «El voluntariado está bien, pero en este sector, y sobre todo en zonas en conflicto, hay que garantizar profesionalidad. Esta caravana era muy vulnerable y no creo que hayan sido secuestrados por ser cooperantes, sino por ser españoles», sostiene Rey.
«Lo del secuestro le puede pasar a cualquiera, porque trabajar en ciertos países, como Sudán o Congo, es difícil», cuenta Mateu. Él mismo quedó en una ocasión atrapado por las guerrillas de Angola, y sabe que el amateurismo no ayuda a salir airoso. Hace falta prevención y una formación prolongada. «Los que se han formado tienen unas preocupaciones, se mueven de una forma determinada, saben cómo enviar mensajes…», insiste Mateu. «Ese voluntarismo siempre ha preocupado, porque no logra construir una verdadera base social», se suma Sánchez.
Además de cuestionar cierto modelo de ayuda humanitaria, el secuestro de Vilalta, Pascual y Gámez ha puesto de relieve los riesgos inherentes a la tarea del cooperante. La Unión Europea, de hecho, ha alertado de que la situación va a peor cada año y que, en una década, la cifra de muertos en países en conflicto se ha triplicado.
Ese balance plantea otra cuestión: ¿cómo garantizar la integridad de los trabajadores solidarios con la necesidad de mantener la cooperación en los países que la necesitan? Antoni Bruel, coordinador general de Cruz Roja española, lo tiene claro: «Mantener la ayuda es lo más importante. No nos podemos ir. Es como si un bombero no quisiera enfrentarse al fuego», afirma.
Bruel dice que los accidentes de tráfico son más peligrosos para los cooperantes que los terroristas. Pero admite que hay que extremar las precauciones. «Lo nuestro no es algo naïf exento de riesgos. Por eso tenemos nuestro protocolo internacional y guías de seguridad. Si hay una situación de riesgo, nos separamos de allí. Y nuestros delegados han de reportar sus movimientos cada cierto tiempo», precisa. Médicos sin Fronteras, por ejemplo, logró autorización para retirar el logo de la Unión Europea de sus campamentos en países en conflicto, para evitar estar en la diana.
Pero la seguridad no depende únicamente de un protocolo. «Hay otros factores: cómo somos aceptados por la población y qué relaciones establecemos. Si un turista es un dólar con pata, muchos cooperantes pueden ser muchos dólares con patas», dice Rey. Los problemas (y los hay) llegan cuando se presentan en un país en conflicto grupos sin formación que, en ocasiones, ni siquiera avisan de su llegada a las embajadas.