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Bolivia: el fin de la luna de miel

C36

(Para Radio Nederland)
Jorge Quiroga es el presidente de Bolivia desde el pasado agosto cuando, como vicepresidente, tuvo que sustituir a Hugo Bánzer, a quien aún le quedaba un año de mandato, debido al cáncer que padecía el ex-dictador. La llegada de Quiroga despertó muchas ilusiones por su juventud, por sus iniciativas novedosas y por su deseo de luchar contra la crisis económica y contra la corrupción.

Hasta este mes de octubre su popularidad es muy alta, del 72 por ciento, y aunque un año parecía poco tiempo para realizar los cambios necesarios, había un sentimiento generalizado de esperanza. Representaba un respiro para el país, agobiado por la incapacidad de Bánzer para resolver los problemas socio-económicos.

Sin embargo, esa luna de miel puede estar a punto de terminarse. Dos problemas, ambos causados  por el descontento y la agitación social, están empezando a ensombrecer el panorama y amenazan con aumentar en intensidad: Las protestas campesinas, dirigidas por el Movimiento de los Sin Tierra, que reclaman una nueva reforma agraria; y la presión de los cocaleros de la zona del Chapare, que piden que se les permita seguir cultivando coca, pese a la presión del gobierno para erradicar totalmente su cultivo.

Los campesinos, que han anunciado un bloqueo nacional para el próximo 6 de noviembre, han empezado a ocupar tierras y los enfrentamientos entre el ejército y los cocaleros ya han producido muertos. Tanto cocaleros como campesinos están dirigidos por unos dirigentes radicales (Evo Morales en el caso de los cocaleros y Felipe Quispe en el de los campesinos) entre cuyos objetivos no suele encontrarse el diálogo sino la confrontación. Esto se une a una situación de crisis económica ya que se prevé que este año se produzca un crecimiento cero, debido a la crisis argentina y la caída de los precios internacionales de los productos bolivianos de exportación.

Bolivia ha dejado de ser desde hace tres lustros, el país de la inestabilidad permanente. A comienzos de los años 80, se conocía al país andino como la nación de las cuarenta revoluciones por minuto y se repetía constantemente que había tenido más presidentes que años de independencia. La situación política y la económica llegaron a ser de tal magnitud que un dólar equivalía a un millón de pesos.

El país andino entonces estuvo al borde del precipicio pero la clase política supo responder al fin a la crisis. La hiperinflación fue superada y la clásica inestabilidad boliviana pasó a la historia. A lo largo de las presidencias de Paz Estenssoro (1985-89), Paz Zamora (1989-93) y Sánchez de Lozada (1993-98) se fue construyendo un sistema de partido que logró canalizar las tensiones políticas y las reclamaciones sociales. El sistema se mantuvo gracias a los acuerdos y al consenso entre los diferentes partidos y sectores: sin duda, entre éstos, cabe destacar el papel del ex-dictador Hugo Bánzer que dio sus votos para que un antiguo adversario como Jaime Paz Zamora, al que persiguió durante su dictadura, pudiera llegar a la presidencia de la república.

Junto a la estabilidad política basada en la concordia se logró la estabilidad económica. Se adoptó el modelo neoliberal, se derrotó al todopoderoso sindicato (la Central Obrera Boliviana) y se abandonó el estatismo clásico boliviano. El país ya hace mucho que se alejó de los marasmos de la crisis pero ha fracasado a la hora de impulsar un crecimiento lo suficientemente significativo como para que se redujeran los índices de pobreza en el país.

En el año 1998 llegó a la presidencia Hugo Bánzer. Era el gran deseo de este militar: alcanzar el poder por la vía democrática, una manera de lavar su pasado, cuando ocupó la presidencia en 1971, mediante un golpe de Estado. Bánzer tuvo que abandonar el Palacio Presidencial el pasado mes de agosto, a un año de acabar los cuatro años de su mandato, debido a la necesidad de llevar a cabo un tratamiento en Estados Unidos contra el cáncer que padece. Los tres años de gobierno de Bánzer se han saldado con un profundo desgaste no sólo para la clase política, sino también para el mismo sistema de partidos, que ahora no canaliza de una manera tan aceitada los reclamos de los distintos sectores sociales.

El descrédito de la clase política se debe a varias razones. Bánzer llegó con un programa en el que se prometía como uno de los pilares del gobierno la lucha contra la corrupción. Esa promesa era muy esperada por amplios sectores sociales que consideran que gran parte de la culpa del estancamiento de su país se debe a que el dinero del Estado y las ayudas internacionales se terminan perdiendo. Sin embargo, Bánzer decepcionó muy amargamente. Los ejemplos de corrupción son numerosos, pero basta con decir que al equipo que rodeaba a Bánzer se le conocía como la corte, y en esa corte tenía un papel muy relevante la propia esposa de Bánzer, dedicada a situar familiares en las embajadas extranjeras.

Además, los partidos no se han renovado y carecen de democracia interna. Los candidatos presidenciales siguen siendo los mismos, elección tras elección. Para la del año que viene los candidatos con más posibilidades son Gonzalo Sánchez de Losada y Jaime Paz Zamora, que ya fueron presidentes, y Manfred Reyes Villa, alcalde de Cochabamba durante muchos años. Sólo hay un candidato nuevo, Alberto Costa Obregón, cuyo perfil se acerca más a las alternativas populistas y antipartidos.

Quiroga ha llegado con el deseo de reformar de arriba a abajo el sistema. Con sólo un año por delante y una situación económica poco propicia, es un objetivo demasiado ambicioso. Quizá sería más factible que en primer lugar afrontara los fuegos que han comenzado y dejar el país preparado para llevar a cabo la necesaria reforma, que deberá acometer el próximo presidente.

Una reforma inaplazable si no se quiere que las tensiones estallen de nuevo. Una reforma que deberá encararse desde el diálogo y la concertación y no desde el enfrentamiento como algunos líderes sociales bolivianos suelen defender.

De no hacerse así, los fantasmas de hace 20 años podrían reaparecer.

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