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Las sombras de la ayuda a Afganistán

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En rojo se distinguen las zonas con mayor número de desplazados

(Para Radio Nederland)
Durante los últimos meses Afganistán solo ha ocupado las páginas de los periódicos y las portadas de los informativos televisivos, con motivo de algún atentado o acto violento, o como consecuencia de las discusiones sobre la continuidad de la presencia en su territorio de las tropas de algunos países. En cada reunión de la OTAN se discute sobre este tema y sobre el papel de la ISAF, y en países como Holanda o España que tienen soldados desplegados en Afganistán, el tema genera una especial sensibilidad ciudadana. En el mejor de los casos, junto a las noticias de violencia o inseguridad relacionadas con los avances de los talibán, se nos informa de los beneficios que el tráfico de estupefacientes sigue generando, y de las cifras record de cultivo de opio. Poco más.

Sin embargo, poco hemos conocido en los últimos meses sobre las condiciones de vida de la población afgana, sobre los resultados de la presencia internacional y de la cooperación para el desarrollo en aquel complejo escenario y, en general, sobre el impacto real que la intervención extranjera está teniendo en el país. Se repite como una cantinela que seguridad y desarrollo deben ir de la mano, pero poco se dice sobre los avances en materia de desarrollo y sobre sus limitaciones en el terreno. Y, por supuesto, nada se nos dice de la situación de las mujeres y de si ha habido o no cambios en sus posibilidades reales de acceso y participación social. Y no olvidemos que durante mucho tiempo, las imágenes de las mujeres afganas con el burka fueron el icono preferido por los medios de comunicación para  transmitir y simplificar la opresión que vive ese colectivo y para justificar la presencia internacional.

Por ello, es muy positivo que en la última semana diversos hechos hayan venido a recordarnos a los verdaderos olvidados de esta crisis, y a las dificultades reales con las que topa la supuesta ayuda internacional destinada a resolver sus necesidades. En estas mismas páginas Hans de Vreij nos informaba de las expectativas que está creando el trabajo de la periodista holandesa Bette Dam, centrado en profundizar en las condiciones de vida diarias de la población afgana. La periodista, que tras pasar una temporada en Kabul se encuentra en Uruzgán, ha convivido con familias afganas y nos transmite la frustración con la que muchas de ellas viven la evolución del país desde el año 2001 y el gran desgaste y la falta de credibilidad del régimen del presidente Karzai entre la población. Y esto es especialmente preocupante en esa región, ya que fue allí donde comenzaron algunas acciones contra los talibán promovidas, precisamente, por el actual presidente y dónde, supuestamente, la población estaba más abierta a los cambios.

En una línea similar, este miércoles se hacía público un informe elaborado por la Alianza de organizaciones internacionales de cooperación que trabajan en Afganistán (ACBAR por sus siglas en inglés. Red de la que forman parte las principales agencias humanitarias como OXFAM, Save the Children y otras 90 agencias) sobre la eficacia de la ayuda al país, que ha generado una gran discusión. El informe titulado «No es suficiente» pone de manifiesto que «la perspectiva de paz en Afganistán se debilita, a consecuencia del incumplimiento en la entrega de la ayuda por parte de los países occidentales que se habían comprometido a aportar fondos al país – que supera ya los 10.000 millones de dólares – y del uso inefectivo de la ayuda entregada». En el año 2001, la comunidad internacional se comprometió a entregar 25.000 millones de dólares a Afganistán, pero hasta el momento, sólo se han distribuido 15.000 millones. Es decir, desde una perspectiva cuantitativa, muchas de los compromisos asumidos en las Conferencias de donantes no se están cumpliendo. Estados Unidos, el mayor donante, es el país que ostenta mayor déficit. Según el gobierno afgano, entre el 2002 y el 2008, Estados Unidos entregó solamente la mitad de los  10.400 millones de dólares a los que se comprometieron. Ello contrasta con los 127.000 millones de dólares que en el mismo periodo se han dedicado a la guerra por parte de Estados Unidos. También resulta significativo el que la cifra de ayuda per cápita que recibió Afganistán en los dos años siguientes a la intervención internacional fuera de 59 dólares. Muy baja en relación con otras situaciones similares como Bosnia o Timor Oriental que recibieron 679 y 233 dólares respectivamente.

Pero siendo importantes los datos cuantitativos que el informe suministra, más lo son los datos y análisis cualitativos. Así, el 40 % de la ayuda retorna a los países ricos en concepto de beneficios corporativos y gastos de asesoría, es decir, no se convierte en verdaderos recursos para el desarrollo. Por otra parte, solo un tercio de la ayuda se canaliza a través de las estructuras del gobierno, con lo que se menoscaban los esfuerzos de fortalecimiento de instituciones públicas, sobre todo en el nivel local. El más cercano a la población.

En otro apartado, el informe analiza el papel de los Equipos Provinciales de Reconstrucción (PRT) que liderados por diversos países se han establecido en el país. Se ponen de manifiesto las grandes diferencias entre unos y otros PRT y, aún reconociendo el que en algunos casos se han realizado proyectos de interés, «los PRT han contribuido a desdibujar las diferencias entre las fuerzas armadas y las agencias humanitarias, perjudicando así la reconocida neutralidad de estas últimas, aumentando el nivel de riesgo para el personal humanitario y limitando el espacio y el acceso para la acción humanitaria». El informe concluye con numerosas recomendaciones entre las que se encuentra la creación de una Comisión nacional independiente para velar por la eficacia de la ayuda.

Algunos donantes como la Comisión Europea o el gobierno alemán han negado ciertos datos y reaccionado rápidamente al informe criticándolo de sesgado y parcial. Esta rápida reacción pone de relieve el que la ayuda a Afganistán es un tema de gran sensibilidad y en el que cuesta aceptar críticas o visiones que cuestionen el enfoque dominante entre los donantes. Un enfoque basado en una concepción militar de la seguridad que, de facto, condiciona las posibilidades de desarrollo.

Por ello, bienvenidos sean planteamientos como el del Informe «No es suficiente» que nos recuerdan algunos de los retos que vive Afganistán y nos dan un baño de realismo sobre el limitado papel de la ayuda en aquel escenario.

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