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Paquistán-EE UU, una sociedad en apuros

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(Para Radio Nederland)
No deja de sorprender que en el marco de su desangelada despedida de la ONU el presidente George W. Bush sólo haya concertado una entrevista con Asif Ali Zardari, nuevo presidente paquistaní. El escaso brillo de su discurso cabe atribuirlo a su propia percepción sobre la magnitud del desfavorable balance que ha cosechado en su política exterior: ni ha reforzado a la ONU (más bien todo lo contrario), ni ha contribuido a mejorar el nivel de seguridad mundial, ni siquiera ha sabido defender adecuadamente los intereses estadounidenses (no basta con reiterar que no se ha repetido un 11-S para compensar la pérdida de prestigio e influencia de Washington). Por lo que respecta a la cita con Zardari, se trata de un gesto que transmite con claridad la creciente preocupación que plantea la deriva de ese socio y la necesidad perentoria que EE UU tiene de su ayuda para dominar la situación en Afganistán.

La relación entre Washington e Islamabad está atravesando una etapa de turbulencias crecientes. Ya desde antes de la caída del fiel Pervez Musharraf, eran obvias las enormes dificultades a las que se enfrenta cualquier dirigente paquistaní para justificar ante su propia opinión pública la alianza con Estados Unidos. Por parte estadounidense resultaba igualmente claro su descontento con nivel de las relaciones y el convencimiento de que su intento de evitar el colapso de Afganistán pasa, inevitablemente, por una mayor cooperación paquistaní en la lucha contra los taliban y los grupos terroristas que se mueven en la porosa zona fronteriza entre esos dos Estados. Esto último es lo que ha llevado a Washington a incrementar sus acciones militares en pleno territorio paquistaní, en su tentativa por cortar las rutas que utilizan los taliban desde sus refugios en las provincias del noroeste paquistaní, y lo que ha generado la reacción de Islamabad, en un aparente gesto de fuerza que pretende negar a las fuerzas estadounidenses su entrada en dichas zonas. En esa dinámica se han producido disparos contra aeronaves estadounidenses que pretendían llevar a cabo una operación en Waziristán y, posteriormente, el derribo de un avión no tripulado, aunque esto último haya sido negado por ambas partes.

Detrás de esos gestos cabe adivinar una voluntad mutua por no llegar a la ruptura, en la medida en que ambos actores se necesitan aunque sea por razones diferentes.

Por lo que respecta a EE UU- una vez que cree haber estabilizado la situación en Iraq (algo todavía por confirmar en el futuro, dependiendo en gran medida de cómo evolucionen las relaciones entre Washington y Teherán)- su principal foco de atención en la zona es Afganistán, sumido en un proceso que apunta a su colapso y, por tanto, a una mayor inestabilidad regional y mundial. Para tratar de evitar que eso suceda está empeñado en un esfuerzo fundamentalmente militar, a cuya cabeza vuelve a aparecer el general David Petraeus, que pretende eliminar esa amenaza combatiendo a los violentos no solo en territorio afgano sino también, y eso resulta tanto o más importante, cortocircuitando las vías de movimiento de combatientes y de suministros de todo tipo que tienen su origen en suelo paquistaní. En esas zonas de escaso control gubernamental se ubican los líderes, estrategas, combatientes y bases logísticas de muchos de los grupos empeñados en derrotar al débil régimen de Hamid Karzai. Son grupos que han contado (y cuentan todavía) con evidentes apoyos paquistaníes (tanto políticos como económicos y de inteligencia), lo que les otorga un amplio margen de maniobra para sus acciones. Washington sabe que sin una mayor implicación del gobierno paquistaní poco podrá hacer para derrotar definitivamente a un enemigo que prefiere no ofrecer batalla abierta y que se escuda en unas comunidades locales entre las que cuenta con muchas más simpatías de las que puede tener EE UU.

Islamabad, por su parte, es un buen ejemplo de incapacidad y de falta de voluntad para sumarse decididamente a la lucha que promueve su, por otra parte, principal benefactor internacional. Considera que ésta no es su guerra- frente a una amenaza islamista en alza contra su propio poder- y que, además, tanto los taliban como otros grupos violentos siguen teniendo muchos apoyos dentro de Paquistán. Visto de ese modo, entiende que significarse como un buen aliado estadounidense en su destrucción solo puede restarle apoyos populares y más problemas internos. Pero, al mismo tiempo, Zardari y compañía saben que se arriesgan a la pérdida de un aliado vital para ellos. Basta con mencionar la posibilidad de que Washington se entienda con India (lo que influiría en el futuro de la controversia sobre Cachemira), o de que decida cortar las negociaciones para el suministro de nuevos aviones de combate (precisamente para contrarrestar la superioridad aérea india), o de que deje de apoyar financieramente a un régimen que se enfrenta a un patente descontento popular ante la profunda crisis económica que sufre el país, para entender inmediatamente que Islamabad no puede cortar la cuerda que lo mantiene unido al hegemón mundial.

Visto de ese modo, lo previsible es que ambas partes traten de encontrar una salida mutuamente satisfactoria, aunque bien se puede imaginar que lo harán de espaldas a la altamente sensibilizada opinión pública paquistaní. Washington seguirá incrementando el rango de sus acciones militares en territorio de su aliado, aún sin contar con la abierta colaboración de las fuerzas paquistaníes en ese mismo empeño de destruir las bases de los taliban y eliminar a sus combatientes. Las autoridades de Islamabad expresarán públicamente alguna crítica (aceptada por EE UU como parte del juego) e incluso alguna denuncia de puntual violación de la soberanía nacional (lo que lleva a no descartar algún nuevo episodio de fricción militar). Pero, tras la fachada pública, seguirá prevaleciendo la idea de que a todos les interesa evitar la llegada al poder del islamismo a ambos lados de la frontera afgano-paquistaní. Igualmente, a ambos les interesa la permanencia en el poder tanto de Karzai como de Zardari (al margen de sus capacidades y credenciales políticas y económicas). En esas condiciones, es muy probable que Bush y Zardari hayan intentado limar ciertas asperezas en el trato, acordar la escenificación de un acuerdo que no dañe demasiado a sus protagonistas principales y concretar los términos de una relación que ninguno quiere romper… de momento.

Entrevista en RN

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