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Entrevista a Jesús A. Núñez: “Para evitar los conflictos se deberían frenar las desigualdades”

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¿Cuál es la zona del planeta más afectada por la violencia en forma de conflictos?

En el mundo de hoy, los conflictos salpican todos los rincones del planeta. En su totalidad, hay más de cuarenta conflictos abiertos en diferentes niveles y con diferentes niveles de duración, desde luego unos más graves que otros si se atiende a su repercusión para la seguridad internacional. Desde el punto de vista de las víctimas, el conflicto que está sufriendo cada uno es el más importante. Actualmente, todos los continentes tienen algún tipo de conflicto abierto, incluyendo zonas desarrolladas como puede ser el propio continente europeo, pero los que tienen una mayor repercusión en el clima de inseguridad mundial son los localizados en Medio Oriente, sobre todo el de Irak y Afganistán, junto con el conflicto árabe-israelí. Menos mediáticos, pero no menos importantes, son los conflictos del África subsahariana (con el de la República Democrática del Congo y otros que, desgraciadamente, siguen lejos de una resolución definitiva). Es necesario mencionar también los de Latinoamérica, sobre todo el de Colombia, que sigue siendo el más importante de la región a día de hoy.

En cuanto al África subsahariana, lugar donde la Orden los Hermanos de San Juan de Dios está muy presente, ¿cuál es la situación ahí?

De África subsahariana se puede hacer un retrato absolutamente pesimista, teniendo en cuenta que se trata de una región en la que tantos en términos de desarrollo y bienestar como en términos de seguridad o estabilidad, el balance es muy negativo. Sin embargo, también es cierto que es una región con una vitalidad y una capacidad de recuperación que a veces asombra. En términos generales, seguimos en sociedades que marcan una clara fractura entre pequeñas élites gobernantes y un gran porcentaje de la población excluido de los beneficios y de las riquezas que se atesoran en esos territorios. Precisamente, es ese factor de brutal desigualdad entre pobres y ricos lo que en muchos casos alimenta la violencia fundamentalmente interna. No estamos hablando de conflictos interestatales sino de conflictos intraestatales, lo que antes se llamaba guerras civiles, y, en ese contexto, hay desafortunadamente muchos países de la zona que sufren todavía ese tipo de situaciones. Son conflictos de baja intensidad, muy prolongados en el tiempo en los que a veces hay algunos periodos de una cierta tranquilidad que se utilizan apenas como periodos de descanso o de toma de aire para volver después inmediatamente a la violencia en un ciclo que parece no terminarse nunca. Por otro lado, se trata de conflictos muy desatendidos por parte de la comunidad internacional, que apenas se implica directamente en intentar solucionarlos.

¿Cuál es la causa principal de los conflictos armados?

Ya nos gustaría tener un conocimiento exacto del proceso que conduce a la violencia y ya nos gustaría que todo se explicase con una única causa. A veces se simplifica excesivamente y se hace referencia, por ejemplo en el caso del África subsahariana, a cuestiones étnicas o religiosas. En otros casos, se habla de la pobreza como si esa fuera la causa fundamental que explica toda la violencia. Pero la cuestión no es tan simple. Hay un conjunto de variables que, a día de hoy, no se sabe muy bien cómo se interrelacionan para que en determinados momentos se acabe produciendo el estallido de la violencia, mientras que en otros casos en los que se dan aparentemente las mismas circunstancias, esa violencia no llega nunca a estallar. Así, hay países que con el mismo nivel de pobreza, responden de manera diferente (con violencia en unos y por medios pacíficos en otros). Por lo tanto, no sirven esos esquemas simplistas que identifican pobreza como el factor que dispara la violencia. En cualquier caso, lo que sí se puede tener claro es que las desigualdades horizontales entre grupos sociales distintos dentro de un mismo territorio son uno de los factores belígenos más importantes; en definitiva, uno de los elementos que más pueden llevar a la violencia. Por lo tanto, si pensamos desde la perspectiva de cómo poner fin a los conflictos o, sobre todo, de cómo intentar evitar que estallen, lo fundamental debería ser poner en marcha una estrategia de reducción y eliminación de las desigualdades económicas, étnicas, religiosas y políticas.

¿Cómo han evolucionado la forma de desarrollarse los conflictos en los últimos cincuenta años?

Si miramos hacia atrás, hacia el siglo XX, se puede decir que se trató de un siglo extremadamente violento ya que hubo más de trescientos conflictos armados con más de doscientos millones de víctimas mortales. Y desgraciadamente hemos heredado ese mismo patrón en lo que llevamos de siglo porque la violencia se mantiene en los mismos niveles. No es que haya aumentado la maldad humana, por decirlo así, lo que ha aumentado es la aplicación tecnológica al campo de batalla y, por lo tanto, tenemos armas que son capaces de destruir más vidas humanas. Lo que ha cambiado fundamentalmente es que durante la Guerra Fría, los conflictos eran interestatales, dentro de un marco de confrontación general entre las dos grandes superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, y que a partir de la década pasada, cuando termina la Guerra Fría, pasamos a otros conflictos predominantemente intraestatales, que se desarrollan dentro de un mismo Estado entre las fuerzas armadas de ese Estado y grupos no estatales. Por otro lado, está el hecho de que la población civil, que anteriormente no se consideraba un objetivo explícito de la violencia, a día de hoy está claro que se ha convertido en uno de los principales objetivos de los diferentes grupos enfrentados.

¿Cuáles son las claves para sacar adelante un país devastado por la guerra en el que la situación socioeconómica queda por los suelos?

Este es uno de los temas más delicados, la reconstrucción post-bélica, pero me interesa decir antes de eso que lo fundamental, si queremos ir hacia un mundo más seguro, es que debemos apostar por las estrategias de tipo preventivo. En definitiva, se debe poner el esfuerzo fundamental en hacer cosas que eviten que la violencia llegue a ocurrir. Únicamente de esa forma, no nos tendríamos que enfrentar a la gestión de las guerras ni a la reconstrucción post-bélica una vez que termine el conflicto. Si nos colocamos en esa situación de reconstrucción post-bélica, es decir, de un territorio en el que se ha firmado la paz entre los contendientes, lo fundamental sería la implicación tanto de los actores internos como de los externos en un esfuerzo sostenido en el tiempo. O sea, no se pueden cerrar las heridas de un conflicto, no se puede cambiar la mentalidad de colectivos, de grupos, que se han educado en la violencia de un día para otro. Por lo tanto, es vital la actuación tanto de la comunidad internacional como de los gobernantes locales de ese país que está intentando salir del conflicto, como también lo es la estrategia que se ponga en marcha para promover el desarrollo social, político y económico y en promover mayor seguridad para la población. El centro de atención debería ser lo que abarca el concepto de seguridad humana, es decir, la idea de que la seguridad del individuo está por encima de la seguridad del Estado y que si apostamos por la seguridad de cada persona estamos construyendo la paz y estamos evitando que vuelva a surgir el conflicto.

¿Cuáles serían esas estrategias de prevención?

Cuando hablamos de prevención, estamos refiriéndonos a la eliminación de desigualdades tanto en el ámbito económico como en el político. Y eso se alcanza, entre otras cosas, evitando la aplicación de dobles barras de medidas para enjuiciar los comportamientos de unos actores o de otros; intentando aplicar unas reglas que no dejen fuera del juego a unos países, tal y como está ocurriendo; modificando la arquitectura financiera internacional que también castiga a esos países a la hora de acceder a los mercados internacionales; aplicando una ayuda al desarrollo que no esté al servicio de una política exterior y que piense en las necesidades de la población potencialmente beneficiarias y, en definitiva, tratando de potenciar sociedades abiertas en las que cada uno pueda expresar libremente sus opiniones y pueda ejercerlas. Fundamentalmente, lo que buscamos es construir mecanismos de diálogos que hagan que las diferencias entre unos grupos y otros se puedan resolver por unas vías pacíficas.

¿Qué papel tiene la acción humanitaria o la cooperación internacional en los conflictos armados?

Tanto la ayuda al desarrollo como la acción humanitaria tienen un papel que jugar en estos contextos, tanto en la etapa previa al estallido de la violencia como en la etapa en la que ya esa violencia se ha producido y después en la reconstrucción post-bélica. En cualquier caso, lo que no podemos hacer es pensar es que la ayuda humanitaria o la cooperación al desarrollo tienen capacidad para resolver los problemas, para terminar con los conflictos violentos y mucho menos para construir un mundo distinto. Tenemos que asumir que tanto la acción humanitaria como la cooperación al desarrollo en su conjunto son parches- necesarios y beneficiosos, si se ajustan fielmente a sus principios- que pueden solucionar algunos problemas. Pero la responsabilidad de un mundo más seguro recae fundamentalmente sobre las espaldas de los gobiernos, que protagonizan las relaciones internacionales y son los que firman los tratados y acuerdos.

Una parte de la opinión internacional insiste en la separación actual del mundo árabe y el occidental como la causa principal del terrorismo internacional, ¿cómo se podrían acercar?

Personalmente estoy en total desacuerdo con esa teoría de un supuesto choque de civilizaciones entre Islam y Occidente. Ese es un discurso interesado, impulsado desde hace unos años por algunos círculos de poder dentro de Estados Unidos (y repetido en ciertos países), a los cuales les interesa promover la idea de que estamos metidos ya en una lucha violenta que colocaría en el lado de los buenos a nosotros y en el malo a todo el mundo islámico (eso significa identificar a 1.500 millones de personas y a una de las religiones principales del planeta como los objetivos a batir). Por lo tanto, parece que estamos condenados a enfrentarnos violentamente. En contra de eso, hay que entender que si algo define nuestra propia identidad, la de España, es que somos un producto de una civilización judía, cristiana y musulmana. Por lo tanto, el componente musulmán en nuestra historia y en nuestra propia identidad es igual de importante que el judío o el cristiano. En definitiva, no hay tal confrontación porque sería negarnos a nosotros mismos y porque las civilizaciones no son actores homogéneos en ningún terreno. Deberíamos escapar de ese discurso de confrontación que confunde una actividad terrorista de algunos como si fuese un rasgo común a todos los musulmanes del mundo.

Revista Entre todos nº 3

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