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La subida de los precios de los alimentos amenaza al Sahel

Entrevista a Rafael de Prado, Responsable geográfico para África Occidental de Acción contra el Hambre (ACH), a raíz del agravamiento de la crisis en el Sahel.

Twitter: @acfspain

Afirmaban desde ACH a principios de este mes que las malas cosechas en EE.UU. y Rusia (relacionadas con el cambio climático global) estaban golpeando duramente a las poblaciones más vulnerables del Sahel, y sólo en julio y agosto el precio de los cereales había aumentado un 20% en la región. ¿Cómo ha afectado esta subida a la población durante el mes de septiembre?

La subida de los precios de los alimentos supone, de nuevo, una seria amenaza para los países de Sahel, especialmente para los importadores netos de alimentos, como Mauritania. Ya en las crisis de 2008 y 2010 los altos precios de productos cereales importados como el maíz, y el arroz, así como la escasa producción de cereales locales (mijo y sorgo principalmente, alimentos básicos en la dieta de la población saheliana): provocaron, en los países importadores, bolsas de desnutrición en zonas donde había disponibilidad de alimentos pero estos no eran asequibles. Paradójicamente, los pequeños agricultores, sin capacidad para almacenar ni transformar sus alimentos, son, lejos de beneficiarse, directamente golpeados por la subida de precios. Muchos agricultores africanos destinan hasta el 80% de sus ingresos a comprar alimentos y pagan en el periodo de escasez hasta cuatro veces el precio que obtuvieron al venderlos inmediatamente después de la cosecha.

¿Cuáles son las zonas o países actualmente más afectados por la crisis alimentaria? ¿Y los sectores de población más amenazados?

En términos absolutos, Níger es el país en el que se ha registrado un mayor número de casos de desnutrición aguda infantil. Pero la crisis alimentaria ha afectado a más de 18 millones de personas en toda la región. Acción contra el Hambre interviene, con una respuesta diseñada para más de 800.000 personas, en siete de estos países: Níger, Malí, Mauritania, Senegal, Burkina Faso, Chad y Nigeria. Las familias que viven de la agricultura y del pastoreo de subsistencia han sido las más golpeadas por la sequía, que ha venido a sumarse a una pobreza estructural. La inestabilidad en el norte de Malí, por otra parte, ha supuesto un agravante adicional para este país. Los niños menores de cinco años son los más propensos a sufrir el impacto nutricional de la crisis alimentaria.

¿En qué medida se ha agravado la crisis con las inundaciones de principio de mes?

Más de 1,5 millones de personas se han visto afectadas por las inundaciones en la región, llevándose la peor parte Níger, Chad, Senegal y Nigeria. Además del coste en vidas y en infraestructuras, estas precipitaciones han asestado un duro golpe a la seguridad alimentaria de la población. En Malí, los cultivos de arroz y hortalizas se han visto notablemente dañados. Nuestros equipos en Níger han puesto ya en marcha una distribución de alimentos de emergencia para 1.500 familias en Niamey, Tosso y Tillabery, donde campos y graneros han quedado inundados.

El brote de cólera ha infectado ya a 20.000 personas en la región, ¿en qué consiste el trabajo que ACH está realizando para responder a la epidemia?

Acción contra el Hambre ha puesto en marcha una intervención de emergencia en Guinea-Conakry y Sierra Leona para prevenir el contagio. Los cooperantes están desinfectando los hogares con algún miembro enfermo, distribuyendo kits de higiene que constan de seis pastillas de jabón y una botella (250 ml) de cloro, y sensibilizando a la población sobre la prácticas básicas de higiene que pueden evitar el contagio, como el lavado de manos. Se trata de un proyecto regional financiado por la Dirección de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea (ECHO). Lo que estamos intentando hacer es impedir la propagación de una enfermedad que puede deshidratar a una persona en muy pocas horas. En Malí estamos distribuyendo kits de higiene para 12.000 familias (jabón y cloro) en Gao y Asongo.

Recientemente, el Centro UNESCO Gran Canaria y el Instituto Tecnológico de Canarias (ITC) han anunciado que colaborarán para la creación de un observatorio de agua y cambio climático en el Sahel, para crear plantas pequeñas para atender a poblaciones de un máximo de 5.000 habitantes. ¿Les parece que pueda suponer un buen punto de partida para mitigar la situación en que está la región?

No tengo en este momento información concreta sobre estas plantas, pero el del agua y el cambio climático es uno de los retos más importantes para esta región. Hay que desarrollar experiencias piloto, estudiar su éxito y sus posibilidades de ampliación. Eso sí, teniendo en cuenta siempre el posible impacto medioambiental y la rentabilidad coste-eficacia.

¿Cómo están afectando los recortes en materia de cooperación y respuesta de emergencia a la lucha contra el hambre y la malnutrición en esta región?

Afortunadamente la región del Sahel se ha mantenido en el grupo de los países prioritarios para la cooperación española. Estamos hablando de países que están en la cola de los indicadores de desarrollo humano y con tasas de desnutrición entre las más altas del mundo. No obstante, a pesar de mantenerse como prioridad, el resto de donantes ha reducido también sus contribuciones en esta región. La reducción de fondos y la práctica desaparición de herramientas como los Convenios de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), financiaciones a cuatro años que nos permitían trabajar el largo plazo en línea con el objetivo de crear resiliencia entre la población, dificultan en gran medida nuestro trabajo.

¿Cómo ha influido el conflicto en Malí en las condiciones de los habitantes del Sahel?

El conflicto en Malí ha supuesto un importante factor agravante para la crisis alimentaria que ya padecía el país. En estos momentos no hay presencia de estructuras ni servicios del estado en el norte de Malí, provocado un aumento de precios de los alimentos. La inseguridad ha dificultado el acceso directo a las víctimas por parte de la ayuda humanitaria. Tras una suspensión temporal hemos podido retomar con normalidad nuestros programas en Kita y Bamako y hemos conseguido volver a trabajar en la región de Gao.

Últimamente se habla mucho de la presencia de grupos extremistas en el Sahel, e incluso de posibles intervenciones militares en la zona. ¿Está viéndose deteriorado el trabajo o la ayuda a estos países por dichas informaciones?

No es tanto la información como la inseguridad lo que dificulta la ayuda. Las organizaciones humanitarias operamos con estrictos protocolos de seguridad que salvaguardan la seguridad de nuestros equipos. El análisis de riesgos es continuo y el hecho de que la presencia de organizaciones extremistas o actuaciones militares puedan desembocar en un conflicto abierto suponen una traba a la a ayuda. Uno de nuestros principios es el acceso directo a las víctimas, lo que no siempre es fácil en estas condiciones para los expatriados. Por otra parte, una intervención militar tendría consecuencias nefastas para la población civil en la zona.

¿cuáles son sus planes de actuación para la fase de rehabilitación que se aproxima?

Es crítico no cortar la ayuda de inmediato, como tampoco presuponer que porque la cosecha haya sido aceptable la población ya ha resuelto sus problemas. En algunas zonas concretas como Mali faltan semillas y muchos agricultores no están pudiendo trabajar su tierra… Tenemos un abanico de posibilidades para la fase de rehabilitación que comienza ahora desde entregar ganado a los pastores que lo han perdido hasta establecer sistemas de gestión de las cosechas que permitan a los agricultores reservar una parte para el periodo en el que aumentará su precio, o promover cultivos de fuera de temporada o huertos familiares para diversificar la dieta y aumentar los micronutrientes. Otra modalidad que ha mostrado su éxito en otras crisis consiste en los programas de «dinero por trabajo»: «una vez que los hombres y mujeres han terminado la cosecha y vuelven a estar fuertes para trabajar puede ser muy útil entregarles un jornal a cambio de tareas para reforzar su adaptación al cambio climático, como la construcción de diques y represas para aumentar la retención del agua de lluvia.

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