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Corea del Norte ensancha sus límites a sangre y fuego

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En una nueva muestra de aparente fuerza, Corea del Norte ha decidido elevar la apuesta militar para testar cuál es hoy su verdadero margen de maniobra para salvaguardar su régimen.

El ataque artillero realizado el pasado día 23 contra la isla de Yeonpyeong- inmediata a la línea de demarcación marítima establecida en el Mar Amarillo… 

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(Para Radio Nederland)

En una nueva muestra de aparente fuerza, Corea del Norte ha decidido elevar la apuesta militar para testar cuál es hoy su verdadero margen de maniobra para salvaguardar su régimen.

El ataque artillero realizado el pasado día 23 contra la isla de Yeonpyeong- inmediata a la línea de demarcación marítima establecida en el Mar Amarillo al final de la guerra entre ambas Coreas (1950-53), y que los norcoreanos nunca han reconocido- es uno más de los actos belicistas que Pyongyang viene realizando desde hace tiempo, en una escalada que no ha sido respondida decididamente ni por Seúl ni por Washington, en su calidad de principal garante de la seguridad de Corea del Sur.

En esta dinámica de creciente tensión, Pyongyang puede estar percibiendo que no hay voluntad política entre sus adversarios para frenar su deriva belicista, lo que aumenta exponencialmente el peligro de que todavía se produzcan nuevos y más graves estallidos de violencia. Mientras tanto, el régimen se siente internamente libre- controlando férreamente a los 24 millones de norcoreanos que malviven entre hambrunas y carencia de materias primas energéticas- y externamente confiado en que su final no está próximo a tenor de las tímidas reacciones de sus adversarios. Si se repasa la evolución de los acontecimientos en esta pasada década es inmediato comprobar cómo Kim Jong-il ha ido aumentando su desafío militarista tanto en el ámbito nuclear- con una primera prueba en octubre de 2006 y una segunda en mayo de 2009- como en el convencional- con sucesivos actos violentos de pequeña escala que desembocaron, el pasado 26 de marzo, en el hundimiento de la corbeta surcoreana Cheonan (con sus 46 tripulantes a bordo) y ahora en el lanzamiento de centenares de proyectiles artilleros contra Yeonpyeong. Una isla, no lo olvidemos, donde además de unos 1.600 civiles se ubica una base naval surcoreana que también ha sufrido directamente los impactos. Aún así, como en tantas ocasiones anteriores, este nuevo ataque solo ha provocado las protestas y condenas de rigor y el anuncio de que a partir del 28 de noviembre se desarrollarán, durante cuatro días, unos ejercicios militares conjuntos de fuerzas surcoreanas y estadounidenses en las cercanías de la frontera marítima entre ambas Coreas.

Visto en perspectiva no es previsible que Pyongyang vaya a modificar su comportamiento por reacciones de este calado, consciente de que, por diferentes circunstancias, ninguno de los actores que han protestado está en condiciones de responder por la fuerza, ante el temor de desencadenar un proceso de confrontación bélica en toda regla que ninguno de ellos desea. Para Seúl una guerra con su vecino del norte supondría arruinar el prolongado esfuerzo que le ha llevado a convertirse en la cuarta economía asiática. Igualmente, en mitad de una crisis que también está afectando a sus bases económicas, el camino de las armas asustaría inmediatamente a los posibles (y necesarios) inversores extranjeros, agravando aún más una situación que nunca ha podido manejar en solitario. Además, en términos estrictamente militares la conocida superioridad artillera de Corea del Norte sobre su vecino, y especialmente sobre Seúl- derivada de los miles de misiles, cañones y obuses que tienen bajo su alcance esta megápolis, sin posibilidad de defensa real contra un ataque en masa- disuade al gobierno de Lee Myung-Bak de cualquier opción de represalia masiva contra el norte, tanto o más que los posibles artefactos nucleares que pueda hacer operativos algún día Pyongyang.

Para Washington, que mantiene unos 29.000 soldados en territorio surcoreano desde el final de la guerra en 1953, la posibilidad de verse envuelto en un nuevo conflicto abierto es totalmente indeseable. Le obligaría a un esfuerzo triple – añadido al que ya realiza en Irak y Afganistán- que hipotecaría toda su capacidad de maniobra en un momento en el que, precisamente, trata de recuperarla para poder atender otros asuntos que afectan más directamente a sus intereses vitales y a su posición en un mundo en el que se multiplican los aspirantes al liderazgo mundial. Entre estos últimos destaca China, que sigue siendo el único interlocutor válido de Pyongyang y que, por tanto, está llamada a jugar un papel importante en la gestión de la seguridad de la región. Para China la guerra tampoco es una opción deseable, en la medida en que su estallido supondría no solo un fracaso diplomático, por no ser capaz de controlar a su vecino, sino una previsible oleada de población norcoreana tratando de pasar a territorio chino, escapando de la violencia.

En definitiva, la pusilanimidad en la respuesta a este nuevo ataque norcoreano puede estimular aún más a Pyongyang para proseguir por la misma senda, al comprobar que sus actos inamistosos no son contrarrestados en términos reales. En esa misma línea puede interpretarse el que haya dado a conocer- a través de un científico estadounidense al que ha invitado a visitarla- su, al parecer, flamante instalación de enriquecimiento de uranio (equipada, también al parecer, con unas 2.000 centrifugadoras). Y todo esto cuando sigue teniendo sentido la interpretación de que, con todos estos gestos, Pyongyang solo trata de llamar la atención sobre su voluntad de negociar garantías externas de que su régimen no será atacado y alimentos y petróleo para mantener a flote su maltrecha economía.

Nadie parece desear la guerra, aunque a algunos les gustar jugar con fuego y a otros les resulta inconcebible mostrarse firmes para señalar cuáles son los límites de hacerlo.

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