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Algunos retos rusos tras el 2 de marzo

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Rusia arranca el año ensalzada, orgullosa y gallarda, imbuida de su recuperado estatuto de gran potencia. A partir del próximo día 2 de marzo (fecha de las elecciones presidenciales) no sólo le bastará con creérselo, sino que tendrá que demostrarlo. En el año 2008 asistiremos a algunas transformaciones que podrían alterar el actual orden mundial (cambio de presidencia en EE. UU., independencia de Kosovo, aceleración de la carrera nuclear en Oriente Próximo) y que, por lo que respecta a Rusia, van a poner a prueba la capacidad del presidente ruso que resulte elegido para dirigir la política exterior de un país que pretende tener voz y voto en el tablero internacional. Esa exigencia será especialmente aguda en áreas y temas como:

La política exterior
Hasta ahora sus rasgos han ido perfilándose cada vez más, con una dialéctica cercana a la de la Guerra Fría, una oposición frontal al unilateralismo norteamericano y una voluntad creciente de mostrar independencia (aunque sólo sea con posturas de bloqueo) en ciertos asuntos internacionales. Putin ha demostrado su capacidad para sacar a Rusia del ostracismo en el que estaba sumida para devolverle el orgullo nacionalista que dirige en estos momentos la política exterior rusa. Pero durante este año, y tras las elecciones de marzo, Moscú deberá delimitar cuáles son los pilares de esa nueva política exterior y los objetivos a largo plazo de esa voluntad de no alineación. Y, al mismo tiempo, deberá hacerlo no sólo de cara a la galería, sino también para intentar obtener un mayor rendimiento a una política exterior, hasta ahora, ladradora y poco mordedora. Como balance de urgencia cabe constatar que la política del Kremlin en estos últimos años ha sido meramente de obstrucción, dejando a otros la tarea de liderar propuestas y alternativas creíbles a los conflictos y contenciosos internacionales que le atañen y sin conseguir, de hecho, gran cosa a cambio. Así lo hemos visto por ejemplo en Kosovo, donde se opone a la independencia por el temor al efecto dominó que pudiera tener en los territorios secesionistas de Abjásia y Osetia del Sur.

A partir de ahora, Moscú debería proponer alternativas a los problemas que comparte con la comunidad internacional, porque de otro modo su actitud añadirá más leña al fuego y, entre otras consecuencias, complicaría aún más las deterioradas relaciones entre Washington y Bruselas. Sin embargo si, como es previsible, Dimitri Medvedev es elegido como presidente, no se esperan grandes cambios en la línea que sigue la política exterior rusa, sobre todo si se tiene en cuenta que tendrá como primer ministro, ni más ni menos, que al artífice de tal política: Vladimir Putin.

La OTAN y la doctrina nuclear
Por si quedaban dudas del endurecimiento de las posiciones de Rusia en el mundo, Moscú ha nombrado a Dmitri Rogozin como el nuevo embajador de Rusia ante la OTAN, un político del ala dura del Kremlin al que la prensa occidental califica de «halcón» y «nacionalista» y que tomó posesión de su cargo, a finales de enero en Bruselas, regalando un Tomahawk a la Alianza Atlántica. Rogozin tendrá entre sus manos la gestión de problemas como los de Kosovo, Irán, Afganistán y el Tratado de Armas Convencionales en Europa (FACE). Como mínimo, su nombramiento debe interpretarse como una clara señal de que los dirigentes rusos no comulgan con la política de la Alianza en unos tiempos en los que, como asevera el propio Rogozin, el mapa de Europa ha cambiado profundamente.

Preocupan de igual modo las recientes declaraciones del jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas de Rusia, el general Yuri Baluievski, quien, durante una reciente sesión de la Academia de Ciencia Militares de Rusia, anunció que el país se reserva el derecho a realizar ataques nucleares de carácter preventivo para defender su soberanía nacional y la de sus aliados (mensaje a todas luces preocupante, aunque tal opción no aparezca en la doctrina nuclear rusa vigente, aprobada en 2000, cuando el presidente Putin marcó un giro radical en la postura de Rusia y anunció una doctrina de contención nuclear ampliada, destinada a oponerse a los intentos occidentales de dominar el planeta). Esa nueva doctrina considera necesario el uso de armas nucleares para repeler una agresión, si todos los demás medios se agotan o resultan ineficaces. De consolidarse, los cambios ahora anunciados por Baluievski son el preludio de una transformación que puede tener consecuencias en las estructuras de las Fuerzas Armadas Rusas, que, según algunos analistas militares, pasarán a tener a partir de ahora un carácter más ofensivo, basadas en una disponibilidad permanente y con el objetivo de que todas sus estructuras deberán estar dotadas de armas nucleares tácticas en régimen permanente de combate.

La resolución del problema del liderazgo de Rusia
Si no aparece ningún escollo grave e inesperado durante este mes de febrero, parece bastante claro que el delfín del Kremlin, Dimitri Medvedev, saldrá elegido el próximo 2 de marzo como presidente de la Federación de Rusia. No sólo porque así lo muestra la altísima intención de voto en su favor (hasta del 82%, según el centro Levada), sino también porque ninguno de los otros candidatos (Vladimir Zhirinovsky, líder del ultranacionalista Partido Democrático Liberal; Gennady Ziuganov, líder del Partido Comunista de la Federación Rusa; y Andrei Bogdanov, líder del Partido Democrático de Rusia) tienen los apoyos suficientes como para hacerle sombra. El camino está libre y despejado para el candidato de Rusia Unida, sobre todo después de que la Comisión Central Electoral haya impedido a otros candidatos de la oposición concurrir en estas presidenciales, entre ellos el ex primer ministro Mijail Kasiánov.

Muchos politólogos se preguntan aún hoy si la popularidad de Medvedev es real o se trata de un efecto ilusorio, heredado del popularísimo actual presidente, Vladimir Putin. La cuestión no es baladí porque la intención anunciada de Putin de convertirse en el primer ministro abre la puerta a una bicefalia en el poder tan original como peligrosa para un país como Rusia. Si gana Medvedev, ¿será interpretado por el electorado como la aparición de un nuevo líder nacional? Y, en el caso contrario, ¿será Putin primer ministro para acabar asumiendo esta primavera, de un modo u otro, las funciones de presidente? Éste es uno de los retos a los que se enfrenta la democracia dirigida de Putin, que ha favorecido un unipartidismo por predominio, donde el partido Rusia Unida no es un actor político sino un mero instrumento a su servicio, con el riesgo de que todo derive hacia un régimen autoritario que dependa de la coyuntura económica.

La crisis financiera
En medio de la euforia que provoca un ritmo de crecimiento anual del 6-7%, Rusia parece no darse cuenta de que las turbulencias que afectan a la economía mundial van a llegar tarde o temprano a este país, donde 40 millones de personas sobreviven con 200 dólares al mes. Como ha advertido en un artículo el artífice de las reformas liberales de los noventa, Yegor Gaidar, Moscú no puede ignorar que EE. UU. es el motor de la economía mundial y que Rusia tiene que estar preparada para no cometer errores e intentar que la crisis sea lo menos profunda y lo más breve posible. En este empeño aconseja que no haya ningún tipo de ultimátum sino que se promueva un diálogo constructivo con Washington, puesto que la estadounidense y la rusa son dos economías relacionadas en un grado mayor de lo que podría pensarse cuando se miran los datos de exportaciones e importaciones recíprocas. Es cierto que, en determinados ámbitos, Putin ha devuelto al país a la primera división mundial, pero su sucesor (quizás él mismo) no puede permitirse el lujo de actuar por libre en los años que están por venir.

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