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Sáhara Occidental: ejemplo de mercadeo sin disimulo

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(AP/Toufik Doudou)

Para el Equal Times.

Aunque desde el pasado día 14 de noviembre (2020) se siguen sucediendo, monótonamente, los partes de guerra del Ministerio de Defensa de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), nada indica que hoy los saharauis hayan avanzado un solo milímetro en su plan de soberanía. Por el contrario, Marruecos sigue sumando puntos en su abierta pretensión por hacerse con el dominio total del Sahara Occidental, inclinando cada vez más nítidamente la balanza a su favor, aprovechando tanto su neta superioridad de fuerzas sobre el terreno, como el creciente respaldo que va encontrando en la comunidad internacional a sus planes soberanistas.

Buena muestra de lo primero es lo ocurrido a partir de la operación militar de limpieza del paso de Guerguerat, el único que une a Marruecos con Mauritania, donde civiles saharauis estaban manteniendo un bloqueo desde el 21 de octubre al paso terrestre de mercancías y personas en un intento por llamar la atención de una comunidad internacional cada vez menos interesada en hacer avanzar el plan de paz de 1991 (incluyendo el eternamente relegado referéndum de autodeterminación). Como en tantas ocasiones anteriores, el desalojo realizado el 13 de noviembre por las Fuerzas Armadas Reales (FAR) no tuvo oposición real alguna por parte de las extremadamente debilitadas fuerzas del Ejército Popular de Liberación Saharaui (EPLS). Y aunque es cierto que la acción marroquí supone una violación del cese de hostilidades decretado en 1991 y que el Frente Polisario se ha sentido legitimado para volver a declarar la “guerra total” a su principal enemigo, también lo es que sus muy publicitados partes de guerra apenas son más que papel mojado.

En términos reales es Rabat, gracias a un sistema de muros que alcanza los 2.700km (lo que le permite abarcar el 80% del llamado Sahara útil), quien ejerce el control prácticamente total de lo que ocurre en sus 240.000km2, explotando en su propio provecho tanto sus fosfatos como sus ricos bancos pesqueros. Y, ante esa abrumadora superioridad, con no menos de 100.000 efectivos desplegados permanentemente en la zona, las muy mermadas fuerzas saharauis, como resultado de los escasísimos recursos económicos de la RASD, no están en condiciones de cambiar la situación a su favor. Sencillamente el EPLS no dispone de medios suficientes para plantear una guerra total ni en términos tradicionales ni tampoco aunque se decidiera por la guerra asimétrica en cualquiera de sus variantes.

Hace ya mucho que la ONU y los países del Grupo de Amigos (EEUU, Rusia, Reino Unido, Francia y España) han renunciado a poner en peligro sus vínculos con Rabat, jugándosela por los saharauis.

Como resultado de un cálculo interesado, Rabat aparece (también para España —potencia administradora de la RASD—) como un socio relevante tanto en la lucha contra el terrorismo yihadista como en la represión del narcotráfico y los flujos de población. Y con esas bazas en su mano Rabat ha sabido no solo impedir sistemáticamente el referéndum, sino que ya se acepte que basta con “un arreglo entre las partes” para resolver el conflicto, al margen, por tanto, del derecho internacional que reconoce el derecho de autodeterminación al pueblo saharaui. Asimismo, Rabat ha logrado bloquear cualquier mención a la vigilancia de los derechos humanos como parte del cometido de la Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental (MINURSO) —junto al de vigilar el cese de hostilidades y facilitar la celebración del referéndum—, en una muestra más de su habilidad para establecer unos términos de referencia que se ajusten a su visión de las “provincias del Sur” como territorio bajo soberanía marroquí con algún grado de descentralización administrativa aún por definir.

Urge detener la espiral violenta, pero fallan los actores y la voluntad

Y por si eso fuera poco, el año ha terminado con un extraordinario regalo de Washington a Mohamed VI, reconociendo definitivamente la marroquinidad del territorio en disputa. Se trata de un gesto que se veía venir, en línea con lo que ya antes hizo Abu Dabi (a cambio de garantías de seguridad por parte de Washington y de los sofisticados cazas F-35) y Jartum (como vía obligada para salir de la lista de países promotores de terrorismo), ambos reconociendo a Israel a cambio de algo que les interesa mucho más. Y es bien evidente que a los actores implicados en estas obscenas operaciones poco les ha importado que supongan un desprecio a la ONU, al derecho internacional y, menos aún, a los palestinos.

Para Marruecos —cuyo monarca es presidente del Comité Al Qods, creado por la OCI hace más de cincuenta años como un órgano más en defensa de la causa palestina y en el que participan quince países musulmanes—, el control no solo efectivo sino también formal del Sahara ocupado es una prioridad nacional. Y de ahí que, ante el gesto de Trump, no haya tenido reparo alguno en pagar el precio de reconocer a Israel, aunque tenga una opinión pública netamente propalestina, consciente asimismo de la enorme dificultad que tendrá Joe Biden para revertir una decisión que supondría un revés para su principal aliado en Oriente Medio.

Visto así, reconocer a Israel es una contraprestación asumible, contando con que Rabat refuerza aún más el vínculo que mantiene con Washington desde hace décadas, visto (junto a España) como el guardián de la puerta de Gibraltar. Un vínculo cada vez más notorio en el terreno militar, con recientes adquisiciones marroquíes de cazas F-16, carros de combate M1 Abrams, misiles contracarro TOW, helicópteros de ataque Apache, drones MQ-9 Reaper y diversos cañones, cohetes y misiles (incluyendo el Harpoon Bloque II). Y aunque se suele entender que ese impresionante rearme responde a la clásica competencia con una Argelia que también se afana por sumar puntos como líder regional, quedan muchas dudas por el camino sobre cómo una economía en crisis como la marroquí podrá financiar ese dispendio.

Mientras tanto, la RASD ha ido perdiendo apoyos en el escenario internacional hasta quedarse prácticamente sola. De los 82 países que la reconocían en los años noventa no hay hoy más allá de una treintena que mantengan esa posición en términos reales y la entrada de Marruecos en la Unión Africana (era el único país del continente al margen hasta 2017) solo cabe interpretarla como una señal más de su creciente peso en el continente. En esa misma línea de abandono hay que interpretar la decisión de Emiratos Árabes Unidos de abrir un consulado en El Aaiún y las inmediatas condenas de Arabia Saudí, Bahréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Kuwait, Omán, Qatar y Yemen por la respuesta armada del EPLS. Mientras tanto, el resto de la comunidad internacional (Argelia y España incluidas) se ha limitado a expresar su preocupación y a las tradicionales llamadas a la contención.

En definitiva, una situación que ha llevado a la población saharaui —consciente del abandono en el que se encuentra, tanto la que habita en el territorio ocupado por Marruecos como, más aún, la que malvive en la hamada argelina de Tinduf— a posiciones abiertamente críticas con sus propios gobernantes y a una desesperación difícilmente manejable..

Que, como tantas veces antes, España vuelva a ponerse de perfil y que todo se reduzca a una repetición de llamadas a la contención, es no solo una clara señal de la ventaja de la que disfruta Marruecos, sino también de que las relaciones internacionales no se guían por la defensa del derecho internacional y de los derechos humanos. Desgraciadamente, solo queda por ver cuánto tiempo más es capaz de aguantar en la hamada argelina un pueblo de muy probada resiliencia hasta que entiendan que su sueño de contar con un Estado propio no tiene cabida.

Por eso urge que se detenga la actual espiral violenta antes de que haya que volver a contar muertos sin sentido. Desgraciadamente, ni la ONU —sin enviado especial desde mayo de 2019— se ha atrevido a valorar todavía lo ocurrido hasta aquí a partir de lo que MINURSO haya observado sobre el terreno, ni España se ha salido de su guion habitual con un sesgo cada más próximo a Rabat, ni el resto de la comunidad internacional parece decidida a movilizarse para impedirlo.

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