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Claves para entender una Libia post-Gadafi

Estela Giraldo

(RTVE)

Karama, hurriya y dimocratiya (dignidad, libertad y democracia) han sido, y siguen siendo, los gritos más escuchados en las revueltas árabes. Millones de hombres y mujeres han decidido levantarse y enfrentarse a décadas de despiadadas dictaduras en las que se ha gobernado con mano de hierro, tortura y represión.

La irritación se ha hecho presente en Túnez, Egipto, Libia, Argelia, Marruecos, Jordania, Yemen, Irak, Siria, Bahréin… con mayor o menor magnitud, pero sus voces han exigido un cambio, a pesar de los innumerables intentos de silenciarlas.

Hasta la fecha ya son tres los dictadores derrocados: los tunecinos consiguieron la huída de Ben Alí el pasado 14 de enero; casi un mes después, el 11 de febrero, los egipcios terminaron con tres décadas de poder de Hosni Mubarak y hace poco más de una semana los rebeldes libios, apoyados y asesorados por la OTAN, pusieron fin a 42 años de mandato de Muamar al Gadafi, que continúa en paradero desconocido.

Todo apunta a que el próximo año tendrán lugar elecciones en Libia. Mientras tanto, ya ha comenzado la carrera por hacerse con una «porción del pastel» del que muchos quieren llevarse una buena parte.

El pasado jueves, el presidente francés, Nicolás Sarkozy, y su homólogo británico, David Cameron, aterrizaron en suelo libio. Han sido los dos primeros mandatarios europeos en visitar la Libia sin Gadafi. Ambos lideran la operación internacional en apoyo a los rebeldes del Consejo Nacional de Transición libio (CNT), que comenzó el pasado mes de marzo.

Son muchas las incógnitas que se agolpan ahora sobre la reconstrucción y el futuro de una Libia dañada, víctima de un conflicto armado con miles y miles de muertos (hasta junio Naciones Unidas estimó que alrededor de 15.000 personas de los dos bandos habían perdido la vida), y que se mantiene desde hace más de seis meses. Amnistía Internacional ha denunciado abusos por ambas partes que podrían constituir crímenes de guerra.

Habrá que esperar para conocer el papel que desempeñará la ONU y ver el tiempo que permanecerá la OTAN en Libia, y para saber también si los líderes mundiales son capaces de instaurar una verdadera democracia en un país con más de seis millones de habitantes y muy rico en hidrocarburos, el tercer exportador de petróleo en África después de Níger y Angola.

La guerra en Libia

Aunque las llamadas «primaveras árabes» comparten reclamos y demandas, cada país tiene sus particularidades y no podemos hablar de uniformidad ni homogeneidad en las revueltas. «El mundo árabe es al mismo tiempo un espacio donde se encuentran tantos hechos de semejanza entre unas partes y otras como de diferencias», explica el catedrático y arabista Pedro Martínez Montávez en una entrevista concedida a Rtve.es.

Por tanto, entendemos que el caso libio no es comparable con otros procesos vividos en la región. Cabe destacar que ha sido el único que ha desembocado en una guerra civil entre los leales a Gadafi y los llamados rebeldes, que han luchado por el control del país. Cada vez se hace más difusa la línea de fragmentación histórica entre el oriente y el occidente libio, después de que las fuerzas rebeldes hayan tomado la Trípoli gadafista y tengan bajo su dominio casi todo el territorio, a excepción de Sirte, Sahba y Jufra.

El codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos Armados y Acción Humanitaria (IECAH), Jesús Núñez, señala que mientras que en Túnez y Egipto la caída de sus dictadores «no ha significado un cambio de régimen», en Libia va a suponer «una ruptura automática, porque el sistema de la Yamahiriya, el estado de masas, creado por Gadafi, va a desaparecer», y matiza que «otra cosa es que esto dé lugar a una democracia, ya que no se puede constituir una sociedad civil de un día para otro».

¿Quién integra el Consejo Nacional de Transición?

Las protestas en Libia comenzaron el 16 de febrero, encabezadas por familiares de los asesinados en la cárcel de Abu Slim, donde mataron a 1.200 presos hace 15 años. Unas marchas que fueron tomando mayor dimensión según avanzaban las semanas y que se fueron extendiendo por las ciudades del este, principalmente en Bengasi, conocida como «el bastión rebelde».

Ante las amenazas de Gadafi, miles de jóvenes toman sus armas y deciden luchar hasta conseguir un cambio de régimen. Algunos miembros del Ejército se pasan al bando de la oposición. Pero ¿quiénes son y quiénes están detrás de ellos?

«En Libia nunca se ha sabido quiénes son los rebeldes, y sigue sin saberse en buena medida. El movimiento de protesta en este país ha sido mucho más anónimo que en otros lugares, por ejemplo en Egipto, donde las fuerzas de la oposición son conocidas», argumenta el arabista Montávez.

Para la periodista Olga Rodríguez, en su ensayo Karama. Las revueltas árabes, el Consejo Nacional de Transición (CNT), que agrupa a los rebeldes, «está formado por una facción civil, liderada, entre otros, por abogados partícipes en las primeras manifestaciones, y otra rama más militar y conservadora, guiada por exministros de Gadafi, como el que fuera ministro de Justicia, Mustafa Abdul Jalil o el exministro de Interior, el general Yunis al-Obaid. Ambos se pasaron de bando como otros mandatarios».

En la misma línea se sitúa Jesús Núñez, que califica la política internacional como un «parcheo permanente»: «Como ahora Gadafi se convierte en indeseable (antes teníamos excelentes relaciones con él) hay que tapar el hueco que deja y echamos mano del primero que pasa por ahí, que son unos individuos que entienden que el barco se hunde y saltan a otro porque consideran que éste sí les va a permitir seguir flotando».

Algunos han sido estrechos colaboradores de Gadafi. Núñez añade que «lo que está claro es que los jóvenes rebeldes se caracterizan por su inexperiencia en cualquier asunto de gestión política y de asuntos militares y que sin la ayuda de la OTAN no hubieran colapsado el régimen».

La OTAN, actor clave

El 26 de febrero de 2011 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprueba la resolución 1970, que autoriza al Tribunal Penal Internacional (TPI) a investigar las violaciones de Derechos Humanos perpetrados por Gadafi y dicta un embargo de armas a Libia. Semanas más tarde, se da luz verde a la resolución 1973, que establece una zona de exclusión aérea prohibiendo la intervención terrestre. Se activó, además, el principio de responsabilidad de proteger a la población civil.

El experto en mundo árabe Jesús Núñez señala que, desde su punto de vista, fueron «pasos en la dirección correcta por la inminente amenaza», pero también afirma que posteriormente «la OTAN se convirtió en el componente aéreo del bando de los rebeldes y que el objetivo pasó de proteger a los civiles a cambiar el régimen». Además «ha habido unidades especiales de la OTAN en terreno coordinando la acción y se han entregado armas a los rebeldes, lo que ha violado claramente las resoluciones».

Para Olga Rodríguez, aunque «la intervención militar evitó una masacre en Bengasi, ha condenado a Libia a un futuro gobierno condicionado y guiado por los intereses occidentales. Algo que ha sido percibido con cierto recelo en las sociedades de Túnez y Egipto, entre cuyos objetivos figura la autonomía en la región». La periodista subraya «el doble rasero» en las decisiones de la ONU, «lo que supone la falta de igualdad ante la ley».

Pero lo que muchos se preguntan es por qué se ha intervenido en Libia y no en Siria, donde la represión ejercida por el presidente Bachar al Asad ha acabado con la vida de al menos 2.600 personas, según datos de Naciones Unidas. Montávez responde que «la OTAN es caprichosa» y, apunta que «no van a intervenir porque desembocaría en unos riesgos internacionales mayores». Siria es una de las claves de Oriente Próximo, además de estar apoyada por Irán, juega un papel fundamental en las relaciones con Líbano, por ejemplo, y mantiene estable la región.

¿Por qué se ha producido el despertar de los pueblos árabes?

«El hecho de que haya caído Libia –señala Núñez- envía un mensaje importante a cualquier escenario donde las revueltas están en marcha». Países donde una población harta y desesperada ha dicho ‘basta’ y han decidido unirse y salir a las calles para denunciar las injusticias, la corrupción, la pobreza, la falta de bienestar social o las situaciones humillantes a las que estaban sometidos, entre otros desencadenantes de las protestas.

Montávez califica este despertar de los pueblos árabes como «un grito por las libertades (sociales, de creencias, de expresión), la recuperación de una dignidad que creían perdida y la reivindicación de la justicia social, arrasada durante años por el despotismo».

«Las revueltas de 2011 han obligado a desterrar los estigmas y prejuicios existentes en relación con el mundo árabe» -explica la periodista Olga Rodríguez- «han dejado claro que los ciudadanos de estos países no persiguen un califato, sino que aspiran a cosas tan básicas como salarios dignos, empleo, salud, libertad e igualdad».

Basel Ramsis, activista egipcio, da las gracias a los tunecinos: «es muy bonito saber que un vecino tuyo te enseña algo que no sabías que se podía hacer: contradecir». Y es que, como cantó el cantautor libanés Marcel Khalifa «necesitamos la libertad como el aire que respiramos».

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