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“El genocidio de Ruanda significó el fin de la inocencia”

JA_Bastos

José Antonio Bastos es parte de la familia humanitaria de Médicos Sin Fronteras (MSF) desde hace dos décadas. Su primera misión fue en 1991 brindando asistencia a refugiados kurdos al final de la II Guerra del Golfo.

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José Antonio Bastos es parte de la familia humanitaria de Médicos Sin Fronteras (MSF) desde hace dos décadas. Su primera misión fue en 1991 brindando asistencia a refugiados kurdos al final de la II Guerra del Golfo.

Durante los siguientes años, el Dr. Bastos ha coordinado misiones bajo emergencias por epidemias, hambrunas y guerras. Fue responsable de múltiples equipos en países como Somalia, Bolivia, Rusia, Angola y Tanzania, entre otros. A lo largo de su carrera en la organización, ocupó puestos con alto nivel de responsabilidad: fue Coordinador General, gestor de la Unidad de Emergencias y Director de Operaciones de MSF España y Holanda. Asimismo,

Actualmente, es Presidente de MSF España desde finales del 2010.

Ha participado como ponente en las jornadas que organizaron el IECAH y MSF, en colaboración con La Casa Encendida, los días 1,2, 3 y 8 de abril, con motivo del vigésimo aniversario de Ruanda.

1. ¿Marcó el genocidio de Ruanda un punto de inflexión en la historia del sector humanitario?

Podríamos decir que tanto para Médicos Sin Fronteras como para mí mismo significó el fin de la inocencia. Personalmente, no había visto nada igual hasta entonces. Supe a cuánta degradación puede llegar el ser humano, aunque también hubo gestos de heroísmo, en todas las guerras los hay.

En apenas noventa días, se dieron tres hechos históricos de consecuencias dramáticas entonces y hoy. El primero, el propio genocidio, el episodio más atroz de la historia reciente. El segundo, el bloqueo de la respuesta a este crimen masivo por parte de quienes tenían la responsabilidad y la capacidad de hacer algo. No pasó nada: ni rendición de cuentas, ni dimisiones de los máximos responsables de la inacción. Nada.

Y el tercer acontecimiento fue la utilización de la ayuda humanitaria para encubrir la inaceptable inacción de gobiernos e instituciones internacionales. Este fenómeno no era nuevo, pero la enormidad del error encubierto y el gran éxito de la maniobra de distracción sentaron un precedente rotundo.

Un cuarto hito tuvo lugar ya en 1996: la Evaluación Conjunta de la Asistencia de Emergencia a Ruanda. Este análisis marcó las líneas de funcionamiento y orientación de la ayuda humanitaria, muy patentes hoy. La conclusión que tuvo más impacto y seguimiento fue que la acción humanitaria debía implicarse más en las causas políticas de las crisis y no solo en sus consecuencias. Esto, refiriéndose a un genocidio, es chocante, pero fue aceptado y supuso una estafa orquestada por los actores políticos.

2. MSF escribió en una nota de prensa «Los médicos no pueden detener un genocidio» y ésta declaración se interpretó como una petición de una intervención militar internacional en Ruanda. ¿Sentó aquello un precedente histórico?

Dijimos que, ante tal situación, la comunidad internacional tenía la obligación de reaccionar para proteger a las víctimas y que los médicos no podían hacerlo. Desgraciadamente, la reacción que se produjo en forma de ayuda humanitaria a la crisis de refugiados y epidemia de cólera inmediatamente posteriores al Genocidio, no respondió al problema más grave y sirvió para enmascarar la falta de reacción.

Los esfuerzos activos por negar la gravedad de lo que sucedió (por ejemplo la presión de Estados Unidos al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para no usar la palabra «genocidio») o el retraso del propio Consejo de Seguridad Consejo de dos meses para reaccionar formalmente fueron inaceptables. No hubo un intento concienzudo del sistema político internacional para evitar o detener el Genocidio. Una reacción más rápida y decidida podría haber salvado muchas vidas y ahorrado mucho sufrimiento.

3. 20 años después, ¿siguen manteniendo que el genocidio podría haberse detenido?

Como he explicado, desde MSF dijimos, y lo seguimos haciendo, que no se hizo todo lo posible por parte de la comunidad internacional y de los instrumentos que esta se dotó después de las 2ª Guerra Mundial, como las propias Naciones Unidas, para haber actuado y haber asegurado la protección de las víctimas que estaban siendo asesinadas sistemáticamente.

4. ¿Qué significó Ruanda para el devenir de MSF? ¿Qué ha aprendido MSF del genocidio?

Se confirmó que la ayuda humanitaria tiene sus límites y que puede ser utilizada contra las víctimas que queremos asistir. Esto lo habíamos vislumbrado durante la hambruna en Etiopia de 1984 y lo hemos visto de nuevo en demasiadas ocasiones como lo fue en el Zaire entre 1995 y 1996 cuando se usó la ayuda humanitaria como cebo para atraer a grupos de población y masacrarlos, en 2002 en Afganistán donde se empleó la ayuda humanitaria para que la gente diera información a las tropas americanas o en Pakistán donde se llegó a hacer una campaña de vacunación para localizar a Bin Laden.

Algo hicimos de forma correcta como que llamamos Genocidio a lo que estaba pasando y lo denunciamos a nivel internacional. También reconocimos nuestros límites cuando dijimos que «un genocidio no se detiene con médicos» e identificamos la manipulación de la ayuda en los campos y reaccionamos ante ello (yéndonos de los campos).

5. Desde 1994, ¿se ha enfrentado MSF a otra crisis de características siquiera remotamente similares?

Desgraciadamente, sí. Aunque ninguna ha llegado a los extremos del genocidio de Ruanda en 1994. Inmediatamente después del genocidio en Ruanda, en 1996-1997 se dio el «contra-genocidio» en Zaire. Los coletazos de estas grandes crisis todavía tienen consecuencias desastrosas en los Kivus en República Democrática del Congo.

La crisis de los Balcanes nos enfrentó a niveles de crueldad espantosos, y el asedio de Srebrenica en Bosnia-Herzegovina es otro momento traumático en la historia de la humanidad. Chechenia y Darfur fueron también crisis espantosas y en estos momentos somos testigos de nuevos límites de brutalidad en Sudán del Sur o República Centroafricana.

6. En la ponencia que dio en abril con motivo del vigésimo aniversario del genocidio de Ruanda si hizo mención a un reciente artículo sobre la situación actual en Burundi en The Economist. ¿Podríamos realizar un paralelismo con lo ocurrido en Ruanda con lo que sucede a día de hoy en RCA o Sudán del Sur?

Poner demasiado énfasis en el nombre puede tener el efecto perverso de justificar una no reacción si no se trata de genocidio. En República Centroafricana como en su día sucedió en Ruanda, la reacción del sistema político internacional es muy insuficiente y esta crisis, que se viene gestando desde hace años, ha sido tratada con pereza y desinterés. Independientemente del término que empleemos, lo que está pasando en RCA es inaceptable y requiere una respuesta efectiva de la comunidad internacional.

7. ¿Cuáles fueron las principales lecciones aprendidas tras el genocidio de Ruanda para la comunidad internacional y el sector humanitario?

La lección aprendida oficialmente por la comunidad internacional fue la necesidad de crear una entidad judicial que cubriera estas situaciones de crímenes extremos, que resulto en la creación del Tribunal Criminal Internacional, creado en Roma en 1998. Las lecciones aprendidas oficialmente por el sector humanitario fueron la preocupación por la calidad de la asistencia humanitaria y la importancia de la coordinación, que dieron como resultado la creación de las «Normas mínimas del Proyecto Esfera» y un gran impulso al «sistema de clusters» de Naciones Unidas.

Las lecciones aprendidas que obviamente no han querido ser reconocidas oficialmente es que – a pesar de la existencia de cuerpos legales como la Convención de Prevención y Sanción del Genocidio o de instituciones como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas – existe la posibilidad de bloquear activamente la respuesta a un crimen contra la humanidad como fue el genocidio de Ruanda, con completa impunidad.

El desinterés manifiesto y la falta de voluntad política de los líderes de la comunidad internacional para prevenir o responder a situaciones de violencia extrema contra civiles, salvo en los casos excepcionales de los civiles de Kuwait en 1991 o de Kosovo en 1999, es algo difícil de llamar «una lección aprendida», pero es rotundamente evidente para los civiles de República Centroafricana y de Sudán del Sur hoy.

La lección aprendida para el sector humanitario, tristemente corroborada hoy en estos dos países, es que no es posible detener la violencia desatada contra civiles con ayuda humanitaria. Que esta responsabilidad corresponde a instituciones políticas. Y que la respuesta humanitaria a crisis médicas como fue la epidemia de cólera en Goma en 1994, no deben ser usadas para enmascarar errores graves en la acción o inacción política.

A pesar de la persistencia con que hoy día donantes, académicos, políticos y ejércitos insisten en la necesidad de que la acción humanitaria se implique en la búsqueda activa de soluciones políticas a los problemas que enfrentan, la respuesta a estas situaciones de violencia es un caso extremo, pero que sirve para aclarar conceptualmente los límites de las responsabilidades de cada uno.

8. ¿Qué recomendaciones haría?

La completa ausencia de un proceso formal de rendición de cuentas por los actos de bloqueo de la respuesta al genocidio de Ruanda ha dejado un mundo donde la impunidad para este tipo de acciones e inacciones es rampante.

Si se pudiera recomendar algo que acabara o diera una señal diferente en este sentido, sería -por ejemplo- la apertura en el Tribunal Penal Internacional de un caso de búsqueda de responsabilidades en complicidad con genocidio a las personas que activamente decidieron bloquear la respuesta al genocidio de Ruanda en abril de 1994, al entonces director de las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas, Kofi Annan; al entonces Presidente de Estado Unidos, Bill Clinton, y a los individuos que se sentaban en el Consejo de Seguridad de Naciones en esas fechas.

La recomendación para el sector humanitario es que sea mucho menos complaciente y reaccione con rapidez y rotundidad cuando la acción humanitaria sea usada para excusar a la inacción política. Y que acepte con humildad su incapacidad de ofrecer protección a las poblaciones en estas situaciones, pero que sea contundente en denunciar al mundo las consecuencias de la inacción política.

Una opción creativa sería la posibilidad de que las organizaciones humanitarias exploren con las de derechos humanos la posibilidad de iniciar una acción legal por negligencia o complicidad cuando la inacción política es flagrante y dramáticamente brutal para grupos de civiles, como fue el caso de Ruanda o Srebrenica.

9. Por último, ¿cómo ve el sector humanitario en la actualidad?

La integración de elementos políticos en la acción humanitaria, que es independiente y neutral por naturaleza, la hace muy vulnerable a la instrumentación, como comprobamos durante la Guerra contra el Terror. Esta manipulación se ha convertido en una de las causas de la falta de acceso a ayuda vital de las poblaciones atrapadas en crisis muy politizadas.

La inclusión de ambiciones políticas se ha hecho a costa de disminuir la capacidad del sistema humanitario internacional de atender a quienes necesitan ayuda urgente. La ausencia de organizaciones que pueden prestar asistencia básica está llegando a niveles alarmantes, como vemos en República Centroafricana o Sudán del Sur.

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