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La clave está en que hacemos como individuos, como seres humanos

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La clave está en que hacemos como individuos, como seres humanos

Entrevista a James Orbinski, ex presidente de Médicos Sin Fronteras

Actualmente, James Orbinski es miembro del equipo fundacional de Medicamentos para Enfermedades Olvidadas y cofundador de Dignitas International, centrada en los modelos comunitarios de tratamiento, atención y prevención del sida en países en vías de desarrollo. Fue presidente del Consejo Internacional de Médicos Sin Fronteras (MSF) en la época en que la organización recibió el premio Nobel de la paz -1999-.
Estuvo en Madrid presentando su libro «Cuidar el mundo persona a persona», presentación que aprovechamos para hacerle una entrevista sobre su trabajo en MSF y su visión sobre el trabajo humanitario.

En primer lugar, y aunque es difícil después de tantos años trabajando en el ámbito humanitario, me gustaría que nos resumiera los puntos más importantes de su trayectoria.
Empecé a mediados de los años 80 como investigador en SIDA pediátrico, y fui a África Central (en el 87) con una beca de una entidad canadiense. Estuve estudiando SIDA en niños, en una época en que no sabíamos mucho sobre el tema. La finalidad de mi viaje era establecer una definición de los efectos del SIDA en niños, buscando principalmente características físicas de niños infectados en el útero.
Estuve allí un año y medio y realmente fue una experiencia que me cambió la vida.
Recuerdo que estaba en Ruanda en una clínica, que era más una chabola que otra cosa, trabajando con niños que estaban muriendo de hambre. Mirando por la ventana desde la clínica vi aquella tierra tan verde, tan fértil tan rica; que me di cuenta de que había algo que no encajaba: una tierra tan rica y un pueblo muriendo de hambre. El problema era que los programas de ajuste estructural del banco mundial y el Fondo Monetario Internacional establecían que se cultivara te y café, para poder tener productos de exportación, pero no solucionaban el problema de la hambruna; el uso de la tierra estaba mal dirigido. Para que los niños pudieran acudir al hospital donde trabajaba también tenían que pagar una cantidad que no tenían, otros muchos ni siquiera disponían de un centro donde acudir…
Me di cuenta que como médico tenía que ir más allá, no ser solo técnicamente capaz de insertar unos tubos gasogástricos, sino que debía entender el contexto que esta gente vivía y empecé a tomar una idea del papel de la medicina dentro de la política. Dejé mi trabajo como pediatra y trabajé en crear la delegación de Médicos Sin Fronteras en Canadá, que todavía no existía. Me di cuenta de que era muy ingenuo en lo que respecta a la medicina humanitaria;  que no había sólo que ser un buen médico sino entender también el contexto político.

Ahí fue cuando empecé a trabajar mi vida con MSF, y con esta organización conocí Perú, Brasil, Somalia durante hambruna y la guerra civil , Afganistán, el genocidio de Ruanda, la República  Democrática del Congo tras el genocidio… y fue cuando me cuestioné la geopolítica de la guerra.

¿Cómo llega a ser a presidente internacional de MSF?
Dejé de trabajar un año e hice un master en asuntos internacionales y unos amigos de MSF me convencieron para presentarme al puesto de director internacional, y fui elegido. Recuerdo que volví a mi habitación del hotel ese día, tras haber sido elegido, y pensé ¿pero que demonios has hecho? ¡Mira ahora donde estás!

¿Qué significó para usted esta responsabilidad? ¿cuáles fueron los principales puntos en que se centró su gestión como presidente internacional?
Como presidente internacional de MSF me di cuenta que había que poner más énfasis en la parte humanitaria y médica, porque se había desparramado demasiado la organización; hacíamos muchísimas cosas, muy importantes, como trabajar  como asistentes sociales para los niños, buscar micro créditos, apoyar a las mujeres, a las personas explotadas sexualmente… todo cosas muy importantes, pero que estaban un poco fuera del ámbito de la medicina humanitaria pura y dura. Me di cuenta ahí de los retos médicos y humanitarios vinculados al hambre, a la guerra, a las enfermedades epidémicas, que enfrentábamos, así nos centramos en volver a estos aspectos.
Así, en los 90 hicimos un enorme esfuerzo para intentar evitar lo que estaba pasando en el mundo, ya que parecía que los gobiernos intentaban utilizar la acción humanitaria como un sustituto de las  acciones políticas y las ONG se estaban convirtiendo poco menos que en aparatos de los estados, y pensábamos que no era esta su finalidad. Pensamos entonces que había que unirse y fortalecerse en la independencia de los gobiernos, reclamar esa idea del espacio humanitario en las guerras y hablar alto y claro acerca de la protección de los civiles en conflictos, hambrunas y desastres naturales. En este ámbito es en el que estuvimos haciendo un esfuerzo muy grande, trabajando en esta dirección.

¿Cómo se articulan la política y la acción humanitaria? ¿Cómo se consigue que la denuncia política, sobre todo en casos de conflicto, no tenga un efecto negativo en la protección de los trabajadores o en el respeto al espacio humanitario?
Si pensamos de forma simplista mucha gente diría que la política y el humanitarismo están completamente  separadas, pero es un concepto extremadamente ingenuo. Van y tienen que ir unidas, es humano que vayan unidas, porque como trabajadores vemos y compartimos el sufrimiento de las víctimas. La independencia de los gobiernos no puede traducirse en indiferencia frente al sufrimiento.

¿Y cómo se establece entonces la armonía entre ambas?
La cuestión esta en como establecer una buena relación, y esta relación se debe establecer en dos direcciones. La clave está en que hacemos como individuos, como seres humanos. Podemos responder al sufrimiento de las  personas, no solo porque debamos, sino porque queremos, porque es una capacidad humana.

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