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Tíbet: 50 años de invisible ocupación

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(Con la colaboración de Ida de la Hera)

Para entender el contexto actual de la región del Tíbet debemos echar la vista atrás y recordar parte de su historia reciente. A principios del siglo XX, Tíbet estaba bajo influencia inglesa, influencia bajo la cual el gobierno británico envió sus tropas a la región, con la excusa de una creciente influencia rusa, obligando así al XIII Dalai Lama a huir a Mongolia. En 1906 se firma un acuerdo entre Inglaterra y China por el que el imperio chino adquiere la soberanía sobre el Tíbet y británicos y rusos firman un acuerdo de no injerencia en la zona. El 1950 China, con un ejército de 80.000 soldados, invade y ocupa el Tíbet.

En pocos años, el número de soldados chinos pasó a ser de más de 200.000. Tras distintas etapas en el proceso de ocupación china, finalmente se crea en 1950 la Región Autónoma del Tíbet y en 1956 se producen los mayores levantamientos en contra de la pertenencia a China, aumentando la actividad de las guerrillas en contra del sistema impuesto por Pekín en la región. A raíz de estos movimientos en contra de la ocupación, el ejército incrementa su represión mediante bombardeos, destrucciones de monasterios, arresto de monjes y líderes guerrilleros, torturas y ejecuciones públicas.

El 10 de marzo de 1959 el pueblo tibetano protagoniza un gran levantamiento -apoyado por la CIA- en las calles de Lhasa (capital del Tíbet) donde se pedía la independencia del Tíbet y el fin de la represión china. La respuesta del gobierno central fue un brutal ataque en el que se calcula murieron unos 87.000 tibetanos. El 28 de marzo de ese mismo año China anuncia que el Tíbet está definitivamente bajo su control, provocando el exilio del Dalai Lama y de otros 100.000 tibetanos. Desde ese momento, en Dharamsala, al norte de la India, se establece el nuevo Gobierno Tibetano en el Exilio. En octubre de ese mismo año, Naciones Unidas aprueba una resolución que condenaba la violación de los derechos humanos en el Tíbet.

El Tíbet anterior a la invasión estaba formado por una población rural y austera que vivía en torno a los monasterios. Sin embargo, después de la ocupación, la miseria que vivía el país llevó a muchos a la mendicidad, a otros a la guerrilla de resistencia y a casi todos a la hostilidad -que se movía entre nacionalismo y xenofobia- hacia China. En Lhasa vivían unos 300.000 tibetanos. Hoy, dos terceras partes de la población son chinas. Actualmente existen más de 150.000 refugiados tibetanos que han huido de la persecución étnica, religiosa y política a países como Nepal, India y Bután, principalmente.

Actualmente, el Gobierno Tibetano en el Exilio es la organización política que administra a los estos refugiados y que pide tener soberanía y capacidad de gobierno en la Región Autónoma de Tíbet y el Tíbet Histórico (formado por las regiones de Gansu, Sichuan y Yunnan). No es reconocido por la Comunidad Internacional, pero forma parte de la Organización de Naciones y Pueblos No Representados y recibe apoyo económico de algunos países como EE UU o Bután. Además, el gobierno de la India le permite administrar su gobierno desde su país. Sus principales esfuerzos se centran en hacer presión política para que el Tíbet goce de mayor autonomía -como es el caso por ejemplo de Hong Kong-. Asimismo, pretende preservar la cultura tibetana, lograr unas condiciones de vida dignas para los refugiados y generar incidencia y sensibilización por las violaciones de derechos humanos por parte de China. Paralelamente, han surgido grupos formados por jóvenes tibetanos más radicales como el Congreso de la Juventud Tibetana o Estudiantes por un Tíbet Libre, que no sólo buscan la independencia (en lugar de la autonomía que promueve el Dalai Lama) sino que cuestionan la resistencia no violenta.

Durante muchos años la causa del Tíbet ha estado totalmente olvidada por los medios de comunicación, situación que cambió con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos en Pekín el año pasado. A raíz de las protestas surgidas en diversos lugares del Tíbet, saldadas con 200 muertos según el Gobierno Tibetano -21 según Pekín-, simpatizantes de la causa tibetana por todo el mundo se solidarizaron con este pueblo realizando diversas manifestaciones. Por su parte, varios países le hicieron un «giño» (aunque sólo fuera para recordar sus diferencias con China): Barack Obama, entonces candidato a la presidencia de EE UU, solicitó a George W. Bush que no asistiera a los Juegos Olímpicos si el gobierno chino no dialogaba con el Dalai Lama; Nicolás Sarkozy, presidente francés, y Ban Ki-Moon, Secretario General de Naciones Unidas, no asistieron a la ceremonia de apertura de los Juegos. A este avance en la concienciación social, debemos añadir las manifestaciones que este año se han producido tanto en el Tíbet, como en muchos lugares del mundo, con motivo del cincuenta aniversario del levantamiento de los tibetanos contra la ocupación china y del exilio del Dalai Lama.

Para impedir que el resto del mundo sepa qué pasa en el Tíbet, en una fecha de tal importancia en su historia, Pekín ha cerrado el acceso a la región a cualquier persona extranjera (incluidos, recordemos, periodistas). Recientemente han anunciado que volverán a abrirlo a partir del 5 de abril, sin embargo, nada impedirá volver a cerrarlo en si surgen más protestas o revueltas que China pueda considerar como amenazantes. No es la primera vez y tampoco será la última que China toma esta vía. Por otro lado, estamos ya desgraciadamente acostumbrados a que este gobierno se niegue sistemáticamente a colaborar con observadores internacionales en lo que respecta a su actuar en Tíbet. Además, y si su actitud no fuese suficientemente significativa, la manipulación informativa es la práctica preferida -y más elaborada- del gobierno chino, centrada principalmente en desacreditar al Dalai Lama y presentándolo como un líder autócrata que quiere retomar el poder sobre sus «siervos» -como los llama China en el Libro Blanco publicado a principios de marzo con motivo del aniversario de la creación de la Región Autónoma-. Desde fuera, las protestas contra la represión de los derechos de los tibetanos aumentan cada día.

El conflicto del Tíbet ha permanecido en el olvido durante 50 años, con puntuales atenciones mediáticas, que pudieran estar más encaminadas (por influencia de EE UU) a debilitar a China, que por pura solidaridad con la injusticia que está viviendo el pueblo tibetano. Es una buena oportunidad para que la comunidad internacional se replanteara los actuales mecanismos de resolución de conflictos que siguen sin impedir la violencia, la subordinación de la realpolitik, la violación del derecho internacional humanitario y que continúan favoreciendo, una vez más, los intereses de los actores más fuertes.

Bibliografía:

www.mexicoporuntibetlibre.com

www.freetibet.org

http://ayudaaltibet.wordpress.com/

http://www.savetibet.org

http://www.observechina.net/info_eng/Index.asp

http://www.tchrd.org/

http://www.tibet.com/

Boletín IECAH nº 2, abril 2009

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