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Siria, tras la calma la tempestad

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Siria ha vivido 43 años en Estado de emergencia. Una emergencia que se nos hace más palpable hoy, en un país que hace tan solo unas semanas era considerado como estable y en calma (aunque en ningún caso como resultado de un ejercicio de democracia, sino de la represión ciudadana y el castigo de toda disidencia).

Definida como república democrática, su Constitución (1973) permite la existencia, junto al mayoritario partido Baaz, de seis partidos minoritarios. Estos siete componen el Frente Nacional Progresista, espejismo de pluralidad que no logra ocultar que, finalmente, es el presidente quien de facto controla este Frente, y dicha función presidencial está constitucionlamente reservada al partido Baaz.

Desde 1963 Siria ha permanecido en sus manos, de los que los últimos 41 han sido patrimonio de la familia Assad. Primero, Hazfez el Assad condujo el país desde 1970 hasta su muerte en 2000 y, desde entonces, su hijo Bachar pasó a ocupar la presidencia, haciendo gala de un cierto perfil reformista. En sus primeros pasos parecía apostara por el cambio y la apertura política, manifestando asimismo su deseo de expandir la economía siria y abrirla a la inversión exterior. Sin embargo, ese discurso pronto quedó convertido en una mera fachada, acentuada estas últimas semanas, al optar de manera abierta por la violencia contra quienes se han movilizado en su contra en todo el territorio.

Aunque en primera instancia pareció a algunos que Siria quedaba al margen de la oleada de revueltas que registraban otros países árabes, desde hace ya dos meses que la población siria ha mostrado abiertamente su descontento con el régimen. Las protestas se tornaron más notables y numerosas, de la misma manera que lo hizo la represión del régimen. Según distintas fuentes hoy se contabilizan ya más de 600 muertos y son ya 1.000 los detenidos desde que se iniciaran las protestas.

Bachar el Assad, quien durante tiempo fue la esperanza de modernidad siria, ha demostrado ser una digna astilla del palo del que nació. Un palo que mató en 1982 a entre 10.000 y 20.000 personas en la ciudad de Hama para frenar la revolución islamista del momento.

El pasado 19 de abril se anunciaba el fin del estado de emergencia, así como algunas reformas políticas, que suponían la eliminación del Tribunal Supremo de Seguridad del Estado –que enjuiciaba a los presos políticos- y una ley que permitiera las manifestaciones públicas.

En realidad no han sido más que palabras vacías, porque en la práctica seguimos viendo como (la semana pasada) la unidad del ejército que capitanea el hermano del presidente, Maher el Assad, volvía a irrumpir en Deraa con vehículos blindados y ametralladoras como respuesta a las protestas ciudadanas. Continúa también la detención de manifestantes, acusados de «degradar el prestigio del Estado», por lo que podrían enfrentarse a penas varios años de cárcel.

Con una respuesta quizá más leve y calmada que la de su padre, y con promesas de apertura y cambios de gobierno por medio; lo cierto es que Bachar no se ha diferenciado mucho del resto de mandatarios de la región a los que, más que menos, les está costando aceptar que haya llegado el fin de su permanencia en el poder y de los sistemas que representan, contrarios a los valores democráticos y a los derechos humanos. A esta evidencia –la de que llegó el momento de dejar de llamar «países árabes moderados» a auténticos sistemas totalitarios y autoritarios- se suman las condenas internacionales que está recibiendo el país, procedentes de diferentes organismos que exigen al gobierno sirio el respeto de los derechos humanos y la urgente necesidad de poner fin a la irracional violencia que azota al país.

En los últimos días Siria ha sido catalogada como «prisión» por parte de la Organización Nacional Siria de los Derechos Humanos (ONDH), dado el elevado número de detenciones que las fuerzas de seguridad están llevando a cabo a diario, así como la violenta represión que están practicando contra los manifestantes. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), por su parte, ha hecho un llamamiento internacional para que se permita el acceso inmediato a los heridos y la asistencia a todas aquellas personas que necesiten ayuda. Asimismo, ha pedido que se respete la vida y la dignidad humana en cualquier circunstancia y se permita desarrollar la actividad profesional en condiciones de seguridad.

En el ámbito gubernamental la repuesta ha sido tan uniforme en la condena- Estados Unidos, Unión Europea y las Naciones Unidas se han manifestado críticas con el régimen- como inoperante en la práctica. El primero ya mantenía un elenco de sanciones contra Siria por considerar que apoya a organizaciones terroristas. En el caso de la Unión Europa, se ha acordado establecer sanciones concretas contra el régimen sirio, además de revisar todos los acuerdos de cooperación económica vigentes, que suponen una partida de 129 millones de euros para apoyo a reformas políticas y económicas en el periodo 2011-2013 y una cartera de inversiones de 1.300 millones de euros a través del Banco Europeo de Inversiones.

Este año es, sin duda alguna, el de las revueltas en el mundo árabe. Factores como la falta de democracia o la pobreza parecen haber sido los principales desencadenantes de estas grandes olas de movilización, reprimidas en general con violencia. En el caso de Siria, la resistencia por parte de Bachar el Assad a poner fin a la violencia, escuchar la «voz de su pueblo» y ceder a sus elementales demandas de libertad y trabajo, parece un camino equivocado que hace prever un pronto colapso del régimen actual. Ojalá así sea.

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