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Irán inicia nueva etapa nuclear en Bushehr

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(Para Radio Nederland)

Pese a los innumerables obstáculos que ha sufrido el proyecto de puesta en marcha de la central nuclear de Bushehr, todo indica que Irán está decidido a llegar al final.

El pasado martes se dio a conocer la noticia del inicio de la carga en su reactor principal de las 163 barras de combustible- suministrado por Rusia-, que deberán permitir su conexión a la red eléctrica nacional no más tarde de febrero del próximo año. Lo que en otras circunstancias sería apenas un apunte de la prensa especializada- en un contexto mundial definido por la existencia de 443 centrales nucleares y otras 25 en construcción-, adquiere en este caso un cariz especial, derivado del temor de que Irán esté desarrollando en paralelo un programa militar para hacerse con armas atómicas.

Echando la vista atrás, conviene recordar que el proyecto para construir el que será el primer reactor nuclear iraní se inició en 1975, con tecnología alemana. Ya en aquel momento era bien conocida la enorme riqueza petrolífera y gasística de Irán y, sin embargo, a nadie pareció extrañarle que sus gobernantes desearan hacerse con una capacidad nuclear civil. Por el contrario, el régimen prooccidental del Sha Reza Palevi se sintió abiertamente animado por Washington y diversas capitales europeas a sumarse a este exclusivo club mundial. Todo cambió con el colapso de dicho régimen, provocado por la revolución islámica liderada por el ayatolá Ruhollah Jomeini (1979). A partir de este instante no solo se interrumpió totalmente su construcción sino que, cuando el nuevo régimen mostró su interés por reanudarlo, se multiplicaron las críticas por considerarlo abiertamente desestabilizador en la media en que Irán no necesitaba energía nuclear dado su considerable volumen de petróleo (el tercero en el mundo en reservas probadas) y gas (el segundo).

No fue hasta 1995 cuando se reiniciaron las obras- esta vez con tecnología rusa- con la intención de rematarlas en 1999. Es tan evidente que esos plazos no se han cumplido como que Moscú ha estado jugando durante estos últimos años en un difícil equilibrio tanto con Teherán como con la comunidad internacional. En sus manos estaba (y aún está) acelerar, retrasar o incluso impedir el proceso que podría conducir a Irán a disponer de capacidades nucleares civiles (y potencialmente militares). Así, ha graduado milimétricamente el ritmo del proceso de construcción (sin olvidar la opción, hoy suspendida, de vender a los iraníes los avanzados misiles antiaéreos S-300), utilizando su posición de ventaja como constructor y suministrador del combustible nuclear para obtener concesiones occidentales en términos de garantía para recuperar un área de influencia propia en la que quedaran incluidos la práctica totalidad de los países que en su día ya fueron parte de la Unión Soviética.

Mientras tanto, se ha hecho cada vez más evidente el deseo iraní de hacerse a toda costa con dichas capacidades, aun a pesar de la creciente oposición- traducida en cuatro rondas de sanciones avaladas por el Consejo de Seguridad de la ONU- del conjunto de la comunidad internacional (con Estados Unidos, Israel, la Unión Europea, Turquía y los países árabes suníes en cabeza). Aunque las sanciones han ido incrementando su dureza, hoy Irán cuenta ya con unas 8.000 centrifugadoras, que le han permitido hacerse con algo más de 2.000 kilogramos de uranio enriquecido, y con un conjunto de instalaciones nucleares (con Natanz y Qom como las más inquietantes) sobre las que se ciernen profundas sospechas de que pueden facilitar a medio plazo que Irán se convierta en la décima potencia nuclear del planeta.

Israel ha mostrado sobradamente su firme voluntad de impedir, por la fuerza si es preciso, que algo así pueda ocurrir. Los vecinos de Irán no se atreven a llegar a tanto, pero apuntan a que si esto sucede se verán obligados a emprender igualmente la senda nuclear. Todo ello mientras el llamado Grupo 5+1- Estados Unidos, China, Rusia, Francia, Gran Bretaña y Alemania- ha derrochado gran parte de su caudal político, intentando lograr un acuerdo para que Teherán abandone su empeño, a cambio de garantizarle su derecho al acceso civil a la energía nuclear, la supervivencia del régimen actual y su reconocimiento como actor principal en la región. En consecuencia, el tono del discurso se está elevando por momentos, como si todos asumieran que inevitablemente Irán será mañana una amenaza nuclear regional, e incluso mundial, y como si el uso de la fuerza fuera el único remedio para evitarlo.

Frente a este planteamiento, interesa resaltar que a pesar de todos los pasos dados por Teherán, aún le quedan etapas muy importantes para alcanzar la meta nuclear. En otras palabras, sigue habiendo tiempo para apurar todos los recursos sin tener que recurrir a las armas (entre otras cosas porque un ataque contra Irán tendría muy escasas posibilidades de resultar exitoso, como muy bien saben Tel Aviv y Washington). Además, Moscú sigue siendo el responsable último de rematar la etapa actual para que los 1.000 megavatios de la central terminen por alimentar la red eléctrica nacional (algo que ya se anunció que ocurriría en noviembre y que ahora se retrasa a febrero). Igualmente, si se cumple el acuerdo firmado, Rusia debe volver a recoger el material que ahora suministra a su cliente, una vez que sea retirado del reactor para su almacenamiento definitivo. Esa recogida de los residuos es vital para garantizar que no se desvíen para su posible uso militar.

Por último, habrá que ver lo que da de sí la reciente oferta transmitida por la máxima responsable de la Unión Europea para la política exterior, Catherine Ashton, en nombre del Grupo 5+1 al embajador iraní en Bruselas para reanudar el diálogo directo a partir del próximo día 15 en Viena. Si Teherán no se ofusca, creyéndose ya condenado de antemano, y si sus interlocutores no se dejan llevar por las ansias militaristas de algunos, es realista pensar que hay posibilidades de acuerdo. Veremos.

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