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El factor de riesgo: ser mujer en Centroamérica

 

analisis

Los asesinatos de mujeres constituyen una de las formas más extremas de violencia cometida por razones de género y esta violencia representa una violación flagrante de los derechos humanos, convirtiéndose, por tanto, en uno de los principales obstáculos para lograr una sociedad igualitaria y plenamente democrática.

La cifra de asesinadas en Latinoamérica por el simple hecho de ser mujeres va en aumento. Sin embargo, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española ni siquiera reconoce la palabra comúnmente aceptada en Centroamérica por las organizaciones sociales y otros movimientos sociales para definir tales actos, feminicidio; o en otras palabras, la violencia generalizada y sistemática que culmina en el asesinato de mujeres por el mero hecho de serlo y cuyo germen es la falta de igualdad de género, que se hace patente en el momento en el que una sociedad no está dispuesta a reconocer un crimen que se desarrolla en su seno. En otras palabras, se trata de un crimen de odio contra las mujeres, cuyo caldo de cultivo son, por un lado el machismo y la misoginia, y por el otro la ausencia de políticas públicas y sociales.

Todo esto ha hecho, lamentablemente, ver como «normal», una violencia que no sólo despoja a las mujeres de su dignidad sino que además pone sus vidas en peligro, protegiendo a los culpables y permitiendo esos crímenes, que incluso el diccionario ha desterrado de su vocabulario. No reconocerlo significa negar la realidad que dota de sentido al concepto. La propia sociedad en su conjunto y las instituciones se convierten en feminicidas cuando tanto la clase política, como la sociedad y los poderes legales, tratan de ocultar un fenómeno que pone en grave riesgo la vida de muchas mujeres cada día, en todo el mundo.

A pesar de que dicho fenómeno se produce desde hace muchos años en otras y diversas partes del mundo como, por ejemplo, en África donde muchas mujeres son asesinadas y mutiladas, sólo para que los hombres de una tribu puedan alardear y probar su victoria frente a los vencidos. Así, torturar, asesinar y mutilar a sus mujeres es una forma de humillación y de demostración de poder y control de los vencedores sobre los vencidos en muchos conflictos armados tribales, como fue el caso de Ruanda o de la República Democrática del Congo, es en Centroamérica dónde este fenómeno ha tenido más visibilidad ya que se ha convertido en el área donde más se repite este tipo de homicidio premeditado de mujeres de todas las edades, condiciones sociales, profesiones y niveles educativos.

Los feminicidios representan el 17% del total de víctimas de homicidios intencionados cometidos mayoritariamente por hombres. De los 12 países con la tasa más alta de feminicidios, cinco son de América Latina (El Salvador, Guatemala, Honduras, Colombia y Bolivia) y superan los seis asesinatos de mujeres cada 100.000 habitantes del sexo femenino, según el informe Femicide: A global Problem [4].

Es más, la mayoría de mujeres y niñas centroamericanas sufre esa especificidad de la violencia llamada violencia de género que, ligada a la pobreza, la corrupción y al narcotráfico, pretende someter a las mujeres y durante muchísimos años lo ha conseguido. En concreto, una de cada tres mujeres padece este tipo de violencia en Centroamérica, según el informe «El Progreso de las Mujeres en el Mundo» [3], que elaboró la ONU Mujeres, en el año 2011.

Son ya bien conocidos los casos de los llamados «feminicidios de Ciudad Juárez» o el informe emitido por La Red de Mujeres Contra la Violencia en (RMCV) en Nicaragua, que reveló que, durante el año 2009, fueron asesinadas 69 mujeres, niñas, adolescentes y ancianas de forma atroz, en un contexto de negligencia y falta de capacidad técnica y económica para esclarecer los asesinatos junto con una notable falta de voluntad política. También en Guatemala, ocurre algo parecido: el informe sobre la situación de los derechos humanos entregado al Congreso sostiene que el año 2012 se registraron 720 feminicidios, mientras que otras 899 mujeres resultaron heridas por diferentes causas, la mayoría de ellas debido a la violencia intrafamiliar que prevalece en la sociedad guatemalteca. En el año 2011, Naciones Unidas denunció el asesinato de 448 mujeres en Guatemala entre enero y agosto de ese mismo año, ante la estupefacción de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos que se alarmaba ante el funcionamiento de la justicia, que tan sólo había analizado 144 casos de las 6.318 denuncias presentadas.

Organizaciones feministas señalan al Estado patriarcal como responsable por acción u omisión de perpetuar esta realidad que menoscaba la dignidad de las mujeres, por rentabilizar los beneficios que obtiene al explotar una «mano de obra» femenina que cree que cuanto más empobrecida e intimidada se sienta, más productiva resultará. Véase el caso de las maquiladoras en México, o la trata de mujeres con fines de explotación sexual, cuyas ganancias se triplicaron el año pasado hasta alcanzar 96.000 millones de dólares, convirtiéndose en el segundo negocio más lucrativo, después del narcotráfico, del mundo. Igual ocurre con las explotaciones de flores en Colombia, las maquilas en el Salvador y en general, la mayoría de campesinas centroamericanas, que son explotadas y maltratadas en primer lugar por ser mujeres, y en segundo, trabajadoras.

En esta línea, cabe reconocer, tal y como señalan la investigadora Myrta Kennedy, o la activista Sara Verdú del movimiento Sur-cacarica [1], que no puede haber feminicidio sin la complicidad de las autoridades. Y es en este punto donde, tal y como se ha mencionado con anterioridad, las sociedades se convierten en feminicidas ya que en los casos mencionados muchos policías y/o militares se incluyen entre los responsables de la comisión de estos delitos, confirmando la sistematicidad y generalización de la acción. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, el 90% de los casos de feminicidio quedan en absoluta impunidad, lo que refleja que, ante una realidad que señala una complicidad por parte de los estados y sus instituciones y que además trasciende el dominio de lo «circunstancial» del crimen, la respuesta de los gobiernos ha sido la huida, es decir, se han alejado rápidamente de su responsabilidad de investigar y juzgar, y han permitido, por tanto, que se alcancen unas cifras tan estremecedoras como reales.

Feminicidio en conflictos armados

En el marco de los conflictos armados, el feminicidio persigue especialmente la destrucción del tejido social de las comunidades del bando contrario. Por medio de la violación sexual, la tortura extrema y el asesinato de mujeres se «conquista» al rival. La lógica patriarcal de concebir a las mujeres como propiedad de los hombres jugó un papel central en las violaciones sexuales. El cuerpo femenino, que también significa territorio, fue utilizado para afirmar dominio. Por medio de la violación sexual, los combatientes buscaban castigar a los hombres enemigos, apropiándose de «sus mujeres».

Durante las guerras, las mujeres son especialmente vulnerables y la discriminación racista que recae sobre las indígenas y negras les hace todavía más daño. Esto refleja la situación mencionada anteriormente en el continente africano y en Centroamérica. En este escenario, miles de mujeres y de niñas son consideradas propiedad sexual de las partes combatientes y convertidas en la mercancía de las redes de trata, en cobradoras de los impuestos de guerra establecidos por los diferentes grupos armados, en transportistas de droga, así como en niñas soldado convertidas en sicarias.

Se trata de una guerra actual que debe ser urgentemente tipificada y redefinida jurídica y socialmente, ya que en la actualidad estos asesinatos son silenciados y ocultados tras la «circunstancialidad» y tras el panorama de violencia cotidiana. La posición geoestratégica de El Salvador, Honduras y Guatemala, por donde transita el 80% de la droga y otros productos ilegales rumbo a EE UU, favorece el crecimiento de la economía criminal producida por las mafias, y, por tanto, de la aparición de casos como los mencionados. De ahí que Centroamérica sea la zona donde más crímenes de odio se perpetran de todo el continente americano.

La realidad de Guatemala

Pongamos el caso de Guatemala, país centroamericano donde, a través de cientos de masacres, miles de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, la estrategia de la tierra arrasada y desplazamiento forzoso, el ejército convirtió un conflicto armado en un genocidio contra poblaciones del pueblo maya, tal como testificó la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH) en el informe Memoria del Silencio.

Hasta el año 1979, la violación sexual fue utilizada en ese país por el ejército de forma selectiva, contra mujeres señaladas como miembros de organizaciones sociales o revolucionarias. A partir de 1980, la violación sexual se empezó a perpetrar de manera masiva y generalizada contra mujeres mayas, constituyéndose como arma de guerra.

En el contexto de las masacres, durante el desplazamiento forzoso y en los lugares de detención ilegal (cuarteles, iglesias, escuelas) las violaciones sexuales fueron perpetuadas de forma pública, masiva y múltiple, lo que ocasionó unas consecuencias doblemente nefastas. Por un lado, las víctimas padecen una profundización de las consecuencias psicosociales en las mujeres; y, por otro lado, el de los verdugos, esta forma de violencia fortalece los lazos de complicidad masculina entre los perpetradores, afianzando un pacto de silencio no escrito pero existente entre ellos, y favoreciendo la impunidad ante tales crímenes.

El feminicidio que tuvo lugar en Guatemala durante la guerra es resultado de la violencia generalizada y sistemática contra las mujeres indígenas, como parte del genocidio contra los pueblos indígenas. En el contexto del genocidio, el ejército buscaba exterminar de manera sistemática a mujeres indígenas, por ser ellas responsables de la reproducción física y cultural del grupo que era percibido como «enemigo del Estado».

El objetivo de destrucción es evidente por el hecho de que el ejército atacó de manera sistemática los órganos de las mujeres vinculados con su sexualidad y capacidad reproductiva. Fueron comunes las violaciones sexuales a mujeres en estado avanzado de embarazo y de niñas durante las masacres.

Durante la guerra, los cuerpos de las mujeres fueron utilizados para lanzar mensajes de terror. Para ello, además de la violación masiva y pública, se utilizó la exhibición de cadáveres de mujeres en condición de desnudez o mutilación de pechos y órganos genitales además de la muerte por ejecución previa sumisión a formas específicas de violencia sexual extremadamente crueles. Además, la violación sexual se ejecutó de manera organizada, sistemática, con modus operandi repetitivos en cada comunidad antes y durante las masacres. Todo esto evidencia que en Guatemala hubo no sólo un genocidio, sino un feminicidio contra las mujeres indígenas durante el conflicto armado que podría calificarse como crimen de estado, ya que la responsabilidad militar quedó patente en la premeditación con que las víctimas eran separadas por sexo antes de las ejecuciones en las masacres.

Así, puede decirse que, en este caso, la violación sexual fue usada para humillar y desmoralizar a las comunidades que eran señaladas como base social de la insurgencia basándose en criterios sacados del imaginario social a través de los cuales el valor social de las mujeres, así como el honor de la familia y la comunidad, se encuentran estrechamente vinculados a la castidad y a la «pureza sexual» de las mujeres.

A pesar de la aprobación de la Ley contra el feminicidio y otras formas de violencia contra la mujer en Guatemala, que establece hasta cincuenta años de prisión a quién asesine a una mujer por el simple hecho de serlo, la cifra de crímenes de odio contra mujeres supera en los últimos cinco años las cuatro mil mujeres asesinadas, tal y como señala Luz Méndez, presidenta del consejo asesor de la Unión Nacional de Mujeres Guatemaltecas (UNAMG) [2], quién además denuncia que «el feminicidio debe ser abolido como parte de un orden capitalista y conservador que pretende generar miedo, mediante el uso de patrones de violencia, que niega a las mujeres su participación política, social y cultural».

Frente a todo esto, numerosas mujeres, profesoras, campesinas, dirigentes sindicales, trabajadoras domésticas, comerciantes, profesionales y defensoras de derechos humanos, en definitiva valerosas mujeres, se tornan en protagonistas de su propio destino y hacen del silencio ruido, creando movimientos e iniciativas sociales que han arrojado luz sobre estos crímenes que los gobiernos tratan de opacar o tapar, y dotándolos con una visibilidad mundial. Es gracias a estas iniciativas, que nos hemos familiarizado con este concepto. Todas estas mujeres son pues, las heroínas de sus propias vidas, ya que han emergido del silencio y se han dado voz, gritando alto y claro. La lucha continúa….y sólo nos resta pues, convencer al diccionario.


Fuentes consultadas:

– [1] Sara Verdú, Colectivo sur-cacarica, artículo Feminicidio, http://colectivosurcacarica.wordpress.com/prensa/

– [2] Luz Mendez, , Ponencia La violación sexual como arma de guerra y componente de feminicidio durante el conflicto armado: http://www.observatorioviolenciacontramujeres.org/2012/06/foro-violencia-sexual-y-feminicidio-durante-el-conflicto-armado-en-guatemala-parte-1/

– [3] ONU Mujeres, 2011, Informe El Progreso de las Mujeres en el Mundo http://progress.unwomen.org/pdfs/SP-Report-Progress.pdf

– [4] Small arms survey, 2012, Informe Femicide: A global problem http://www.smallarmssurvey.org/fileadmin/docs/H-Research_Notes/SAS-Research-Note-14.pdf

– [5] Observatorio del Feminicidio en Méjico: http://observatoriofeminicidiomexico.com/feminicidio.html

– [6] Patsilí Toledo Vásquez, , Informe Feminicidio, publicado por la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) http://www.hchr.org.mx/files/doctos/Libros/feminicidio.pdf

Información adicional:

– [7] Video youtube, Feminicidio:

– [8] Revista, Feminicidio:

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4207/pdfs/103-104.pdf

– [9] Fuente fotografía: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4207/pdfs/103-104.pdf

 
 

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