investigar. formar. incidir.

Menú
Actualidad | Artículos propios

Líbano, tablero de Oriente Medio (I)

La escalada de tensión de las últimas semanas por la expansión de la crisis siria se ha saldado con enfrentamientos en varias ciudades libanesas y la muerte de, al menos, un clérigo sunní y su acompañante durante el pasado domingo. Vecino de Siria e Israel y hogar de miles de refugiados palestinos, Líbano ha sido tradicionalmente termómetro de la convulsa región de Oriente Medio. Por eso, en Hemisferio Zero comenzamos una serie de artículos acerca del país del Cedro y su compleja estructura política y religiosa.

Maronitas, suníes, chiíes, drusos, greco-ortodoxos y así hasta casi una veintena de comunidades religiosas son oficialmente reconocidas en Líbano, un país de más 10.000 km2 marcado por el confesionalismo político. Los enfrentamientos sectarios y la influencia de actores extranjeros son claves para desentrañar la realidad del estado mediterráneo. El conflicto sirio ha puesto de manifiesto una vez más la enorme presión que el país liderado por Bashar al-Assad ejerce sobre el vecino libanés.

Desde que en 1920 se anexionaran al Monte Líbano las ciudades de Beirut, Tiro, Sidón, Trípoli (en la costa) y del Valle de Bekaa (en el interior) -acercándose a la configuración del mapa contemporáneo de Líbano-, Siria se vio privada de zonas portuarias vitales para su economía. Según el periodista Robert Fisk, tales áreas contaban con una población mayoritariamente musulmana que rechazaba la presencia francesa -tras la desaparición del Imperio Otomano, el Mandato Francés controló las actuales Siria y Líbano-. La mezcla de religión y política resultaron fundamentales en el devenir de la región.

La construcción del estado libanés

En el año 1926 se aprobó una Constitución inspirada en la legislación francesa y seis años después se elaboró un censo oficial de la población que contabilizaba poco más de un millón de personas. Ambos documentos sirvieron como referente en multitud de asuntos administrativos. Sin embargo, ochenta años y varias guerras después, se estima que el número de libaneses ronda los cuatro millones, sin contar con la población apátrida residente que ni siquiera consta en registros de las Naciones Unidas.

Las revueltas y el debate político propiciaron la independencia de Líbano en 1943. Ese mismo año se estableció el Pacto Nacional, un acuerdo no escrito por el que, según los expertos, los cristianos maronitas -que contaban primordialmente con apoyo francés- reconocían el carácter árabe del estado, renunciando en cierto modo a Europa; y los musulmanes aceptaban el estado independiente, abandonando hasta cierto punto el nacionalismo panarabista[1].

El nacimiento de Israel el 15 de mayo de 1948 produjo un éxodo de palestinos hacia varios países de la región, de los que alrededor de 110.000 llegaron como refugiados en un año a Líbano [2]. Los palestinos denominan a aquel momento la Nakba, que en árabe significa «la catástrofe». Ya en 1949 se firmó un armisticio entre Líbano e Israel, algo que enfriaría las relaciones entre ambos países. Aunque Líbano no participó oficialmente en la Guerra de Suez de 1956, sí se embarcó en 1958 en una guerra interna donde se constató la división entre los maronitas que apoyaban a los sionistas y aquellos que no veían con buenos ojos el ascenso de éstos.

En 1967, Líbano recibirá cientos de refugiados palestinos procedentes del sur como resultado de la guerra árabo-israelí, acogiendo también años después a los expulsados de territorio jordano tras el conocido «Septiembre negro» [3]. Precisamente los palestinos habían conseguido en 1969 el compromiso por parte del estado libanés a reconocer su especial situación en «los famosos Acuerdos de El Cairo, por los que obtenían, prácticamente, un derecho de extraterritorialidad no sólo en los núcleos de su población refugiada, sino, además, en una zona limítrofe con Israel, donde pudieron instalar sus bases» [4].

Las comunidades político-religiosas habían iniciado «un proceso de militarización no-estatal» [5]. Es decir, las distintas milicias, independientemente de la religión que profesaran, habían comenzado a armarse. Durante los primeros años de la década de 1970 se sucedieron ataques entre diferentes bandos.

La guerra civil de los quince años (1975-1990)

En ese contexto de tensión dio comienzo una larga guerra civil plagada de constantes alianzas, traiciones y cambios de intereses. Destacado fue el papel del presidente alauita Hafez Al-Assad, quien ordenó la entrada de Siria en Líbano. «Israel y Estados Unidos aceptaron la presencia de Siria a cambio de un compromiso explícito de no entrar en el sur de Líbano»[6], mientras que ciertos sectores de la población siria «consideraron aquello un gesto de alta traición»[7].

Tres años después del inicio de la guerra civil libanesa, Israel llevó a cabo la «Operación Litani», por la que ocuparon los territorios meridionales libaneses hasta dicho río. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas reaccionó exhortando «a Israel a que cese inmediatamente su acción militar contra la integridad territorial libanesa y retire sin dilación sus fuerzas de todo el territorio libanés». Ese mismo día se aprobó la creación de la Fuerza Provisional de Naciones Unidas en el Líbano (FPNUL) y, en menos de dos meses, la ONU autorizaría la ampliación hasta un total de «aproximadamente 6.000 hombres«, después de haber sido atacada.

Posteriormente, los hechos que mejor ilustraron la agresión intercomunitaria serían las matanzas de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en 1982. Las falanges cristianas estaban enfrentadas con la OLP desde el comienzo de la guerra civil. Cuando ésta abandona Beirut en el verano de 1982, después de que Israel hubiese sitiado la ciudad en junio de ese año, las falanges atacan los campamentos, adonde llegó el ejército israelí bajo responsabilidad del entonces Ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon. Alegaron que en el lugar se encontraban varios cientos de guerrilleros de la OLP, aunque según este documental de la BBC, eso no está probado.

En 1983 el gobierno israelí encargó una investigación, cuyos resultados se recogieron en el informe de la Comisión Kahan. En ella se concluye que Ariel Sharon había «desatendido el riesgo de actos de venganza por parte de la Falange contra la población de los campos de refugiados» y «no había tomado medidas de precaución apropiadas». La Asamblea General de Naciones Unidas calificó «la masacre como un acto de genocidio«.

A comienzos de la década de los 80 se configuraba un actor decisivo en el escenario libanés, con el nacimiento de Hezbolá, que en la actualidad lidera el jeque Hassan Nasrallah y que ha superado a Amal como agrupación política de los chiíes. La etapa del general Michel Aoun como Primer Ministro coincidió con los últimos coletazos del conflicto. Los relevantes Acuerdos de Taif del 22 de octubre de 1989, auspiciados por Arabia Saudí, ponen el punto final oficial a la guerra en Líbano. Tales acuerdos supondrían un nuevo «pacto nacional» en la medida en que las comunidades coincidían en ciertos puntos básicos para ejercicio del poder. De ello trataremos en el segundo capítulo de esta serie.

[1] HIRST, David: Beware of Small States. Lebanon, Battleground of the Middle East, Nation Books, Nueva York, 2010, p. 11.

[2] Ibídem, p. 50.

[4] ALCOVERRO, Tomás: El decano. De Beirut a Bagdad: 30 años de crónicas, Planeta, Barcelona, 2006, p. 229.

[3] RODRÍGUEZ, Olga: El hombre mojado no teme la lluvia: Voces de Oriente Medio, Random House Mondadori, Barcelona, 2009, p. 240.

[5] HIRST, David: Beware of Small States Lebanon… Op. cit., p. 97.

[6] OTTAWAY, Marina, et al.: The New Middle East, Carnegie Endowment for International Peace, [en línea], 2008, p. 12. Disponible en: http://www.carnegieendowment.org/files/new_middle_east_final.pdf

[7] RODRÍGUEZ, Olga: El hombre mojado… Op. cit., p. 278.

Publicaciones relacionadas