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Fracaso occidental en Somalia

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El pasado 23 de febrero se celebró la Conferencia Internacional sobre Somalia en Londres. El comunicado final de la misma confirmaba que el Gobierno Federal de Transición (GFT) terminará su mandato el próximo mes de agosto. De esta forma y con la boca pequeña, la comunidad internacional reconoce el estrepitoso fracaso del modelo gubernamental que se ha tratado de implantar en Somalia.

isarel_iranPor Guillermo Naya

El pasado 23 de febrero se celebró la Conferencia Internacional sobre Somalia en Londres. El comunicado final de la misma confirmaba que el Gobierno Federal de Transición (GFT) terminará su mandato el próximo mes de agosto. De esta forma y con la boca pequeña, la comunidad internacional reconoce el estrepitoso fracaso del modelo gubernamental que se ha tratado de implantar en Somalia.

Desde sus inicios en el año 2004, el GFT no ha logrado en ningún momento ser percibido por la población somalí como un gobierno legítimo y efectivo. La creciente inseguridad en gran parte de las regiones del país, las divisiones internas y el elevado grado de corrupción –Somalia es el país más corrupto del mundo según el Índice de Percepción de Corrupción 2011- explican en gran parte ese negativa percepción popular sobre el GFT. Para Alex Prats, Director Regional de Intermón Oxfam en África del Oeste y Magreb, nadie debería sorprenderse de la ineficacia que ha demostrado en estos años el gobierno interino. «Si las soluciones impuestas desde fuera no suelen funcionar, en Somalia todavía funcionarán menos», señala Prats, quien considera que Occidente debe estar preparado para aceptar cualquier destino que la población somalí elija para sí misma,»incluida la posibilidad de renunciar a un Estado centralizado».

Precisamente, la funcionalidad de una Somalia federalizada y con un mayor reparto de competencias entre las distintas regiones es una de las incógnitas que habrá que despejar a partir de la disolución del GFT. El pasado mes de febrero, en Garowe –capital de Puntland-, se reunían el presidente de Somalia, así como el de la separatista Puntlandia, el de la región de Galdumug y un representante de la milicia Ahlu Sunna Wal Jamaa –rival encarnizado de Al Shabaab-. El objetivo del encuentro fue comenzar a desmantelar el sistema de gobierno centralizado en Mogadiscio, que ha desembocado en más de una docena de regiones semiautónomas que no se han identificado con la propuesta que Occidente había planeado para Somalia. Tras dicho encuentro, se firmó un acuerdo que supone el reconocimiento de Puntlandia y Galdumug como Estados dentro de un sistema federal a partir de agosto.

Lo cierto es que, en los últimos 25 años, han tenido lugar veinte conferencias internacionales sobre Somalia, y ninguna de ellas ha servido para avanzar firmemente en la resolución del conflicto que arrastra desde enero de 1991, tras la caída de Mohamed Siad Barre. Y nada indica que la de Londres vaya a correr mejor suerte. Para Jesús A. Núñez, especialista en temas de seguridad, construcción de la paz y prevención de conflictos, «la única noticia positiva al respecto de Somalia proviene del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas», el cual ha acordado ampliar el mandato de la fuerza internacional de paz (AMISOM) para reforzar su tarea de protección de civiles, autorizando además el aumento del contingente en 5.000 efectivos. El comunicado final del encuentro de Londres, filtrado ya una semana antes de que se celebrara el evento- en una nueva muestra de la previsibilidad de estos actos oficiales-, habla de una nueva Constitución, un referéndum, elecciones, un nuevo presidente, un primer ministro y un parlamento. Una vez más, se establece un escenario al ‘estilo occidental’, que para nada tiene en cuenta las particularidades de la realidad somalí, que durante siglos ha funcionado sin Estado, organizada en torno a clanes y regida por sus leyes tradicionales y el Islam.

De acuerdo con un reciente informe emitido por Intermon Oxfam, los esfuerzos humanitarios de la comunidad internacional han pasado a un segundo plano frente a las posturas políticas de corto plazo, «impuestas desde el exterior, dirigidas a reconstruir el Estado y, en muchos casos, impulsadas por las prioridades de la agenda internacional en materia de seguridad y lucha contra el terrorismo». No cabe duda de que, hasta ahora, los intereses de los diferentes países y el enclave estratégico que supone Somalia como país por su proximidad al canal de Suez han guiado la línea que la comunidad internacional ha intentado imponer en ese país. Sólo así se explica que el gasto anual de la ayuda humanitaria sea la mitad del destinado a la lucha contra la piratería. El reciente anuncio de una nueva prórroga de la Operación Atalanta y otros 15 millones de euros de presupuesto adicional común confirman que no cabe esperar ningún cambio de estrategia.

En el discurso final de Londres, David Cameron invitó a los somalíes a ser dueños de su futuro. Cabe preguntarse si se les está dando realmente esa oportunidad. Después de tantos errores, parece llegado el momento de focalizar los esfuerzos en la población somalí, en sus verdaderas prioridades y en ayudarles a que recuperen sus medios de vida tradicionales –algunos de los cuales, véase el ejemplo flagrante de la pesca, han sido históricamente minados por las actividades ilícitas de muchos países interesados en aprovechar el vacío de poder somalí. Somalia necesita urgentemente un alto el fuego. A partir de ahí, podrá comenzar a escribir su futuro, con su propia letra y a su ritmo.

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