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Israel – Irán: continúa el pulso

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Por Guillermo Naya

La compleja situación que se vive en Oriente Medio y los últimos acontecimientos protagonizados por Israel e Irán han avivado el debate acerca de la posible intervención militar israelí contra los principales centros nucleares de la república islámica.

Tan solo dos meses después de que el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad jurase el cargo en 2005, lanzaba la siguiente sentencia contra Israel: «El régimen que ha ocupado Jerusalén debe ser eliminado de las páginas de la historia». Desde luego, la posibilidad de que Irán se haga con su primera bomba atómica aterroriza a Israel, a pesar de que ellos mismos cuentan con entre 100 y 200 cabezas nucleares. En base simplemente a este hecho, no cabe duda de que el gobierno israelí baraja seriamente la posibilidad de retrasar el máximo tiempo posible que esto ocurra a través de acciones militares directas.

Sin embargo, la reticencia de la Administración Obama a dar apoyo a su aliado y embarcarse en una nueva guerra en Oriente Medio, unido a la dificultad que entrañaría una ofensiva unilateral israelí hace que la operación se antoje, cuanto menos, complicada. Además, la hipotética ofensiva conllevaría graves problemas estratégicos. Las instalaciones nucleares iraníes se encuentran esparcidas a lo largo de todo el vasto país –que es aproximadamente tres veces más grande que España-, e incluso algunas de las más importantes se encuentran a 200 metros bajo tierra, a lo que habría que sumar la ausencia de bases en la zona en las que los aviones de combate pudieran repostar combustible. Para Michael Hayden, ex director de la CIA, los ataques aéreos capaces de entorpecer seriamente el programa nuclear iraní están «más allá de la capacidad de Israel», en parte por la distancia que tendrían que cubrir los aviones, pero también por la magnitud de la misión.

Lo cierto es que la decisión de atacar o no a Irán ha tenido también sus opositores dentro de Israel. El Coronel Meir Dagan, ex Director de la agencia de inteligencia de Israel –MOSSAD- se mostró escéptico respecto a la capacidad de su país para ejercer daños graves en territorio iraní. Según los expertos, un ataque óptimo lograría retrasar la obtención de la bomba atómica en Teherán entre 3 y 5 años, pero nunca supondría un freno en seco del programa. Según se ha sabido recientemente, poco antes de dejar el MOSSAD, Dagan reunió a una cúpula de periodistas e investigadores israelíes para trasladarles su preocupación y afirmar que Netanyahu estaba decidido a conducir a Israel a la guerra contra Irán. En esa reunión improvisada estaba Ronen Bergman, uno de los mayores expertos en terrorismo e inteligencia en Oriente Medio, el cual explicó que Dagan se posicionó en contra de la intervención en Irán porque las operaciones encubiertas y las sanciones ya se estaban encargando de atrasar una y otra vez la carrera nuclear iraní. Para Bergman, existe «una fuerte escisión dentro de los altos cargos israelíes acerca de atacar o no, pero tanto el Primer Ministro como el Ministro de Defensa son acérrimos defensores de iniciar las operaciones».

Por otra parte, se ha especulado mucho acerca de la reacción estadounidense ante la posibilidad de que Israel tome la iniciativa y comience a bombardear Irán. «No creo que Israel haya tomado una decisión sobre lo que necesita hacer. Creo que ellos, como nosotros, piensan que Irán tiene que renunciar a su programa de armas nucleares», declaró Barack Obama a principios de febrero. Por su parte, el Secretario de Defensa Leon Panetta, contradecía a su presidente al asegurar que estaba trabajando con la certeza de que Israel atacaría Irán esta primavera, mientras Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor estadounidense, afirmó sin tapujos que sería ‘prematuro’ lanzar una acción militar contra Irán.

Los análisis y profundizaciones sobre la situación también se han hecho eco de los ataques preventivos contra instalaciones nucleares en países islámicos perpetrados por Israel en el pasado. En 1981 y con Estados Unidos en contra, Israel decidió destruir el reactor de Osirak –construido por los franceses- y frenar así los avances del régimen de Sadam Husein en materia atómica. Fue el primer bombardeo a una central nuclear de la historia, se planeó de forma secreta y conmocionó a la Comunidad Internacional. El entonces Primer Ministro israelí, Menachem Begin, ordenó la operación sin el consentimiento de Estados Unidos ni la aprobación de la mayor parte de los países europeos. «Las bombas atómicas que ese reactor era capaz de fabricar, ya sea de Uranio enriquecido o de Plutonio, hubieran sido del tamaño de la de Hiroshima. Por tanto, un peligro mortal para el pueblo de Israel estaba surgiendo de forma progresiva», argumentaba Begin. Un caso parecido tuvo lugar en 2007 con la destrucción de una planta secreta en el desierto del este de Siria por parte de las fuerzas aéreas israelíes. Washington tardó más de siete meses en reconocer los hechos e informar abiertamente a sus aliados acerca de una operación que para muchos podría haber supuesto una nueva guerra en Oriente Medio. Sin embargo, analistas militares próximos al Pentágono descartan tajantemente la analogía entre estos dos casos y la situación iraní. A su juicio, una operación en Irán sería muy distinta a los ataques «quirúrgicos» en Irak y Siria.

En muy poco tiempo, el conflicto entre Israel e Irán está generando un gran debate y muchas noticias, ninguna de ellas esperanzadora para la resolución del problema. Las demostraciones de poder, salidas de tono y el cruce de amenazas entre altos cargos de ambos países se han convertido en rutina. El pulso que llevan años echando Israel e Irán continúa teniendo, a día de hoy, un desenlace incierto.

 

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