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Malvinas o Falklands: Reclamo legítimo o pantalla de humo oportunista?

Por Daniel Amoedo Barreiro

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Algunos titulares de gran relevancia se lograron colar en el transcurso de los últimos dos meses entre la inmensa cantidad de noticias sobre la crisis europea. Todos ellos tenían como protagonistas a unas pequeñas islas ubicadas en el Atlántico sur, que son objeto de discordia desde hace ya casi 180 años. El primer titular, daba cuenta de un suceso muy relevante y nunca antes visto en Latinoamérica: la resolución adoptada unánimemente por los países del Mercosur, prohibiendo el arribo a a sus puertos de barcos con bandera de las islas Falklands (Malvinas).

La relevancia de dicha decisión conjunta no radica en su fin en sí, que resulta más un golpe de efecto que otra cosa, sino más bien en la importancia que supone que una decisión de este tipo se haya podido llevar a cabo en el seno de un organismo regional, y que no solo lograra unanimidad en el Mercosur sino también la adhesión de otros países latinoamericanos y del Caribe, señal de que Latinoamérica comienza a despertar de su letargo y a darse cuenta de la significación que ostenta como región. Este paso, podría ser el inicio de su posicionamiento en un mundo en crisis, en el que mandan los que más crecen.

Otro hecho de igual relevancia fue la reciente sucesión de reclamos, oficiales o no, que se vienen dando respecto a la cuestión de la soberanía sobre las islas Malvinas. El gobierno argentino, con basamento en unas perspectivas económicas de crecimiento a muy largo plazo, apelando a la vena del patriotismo sensiblero y aprovechando el momento de «debilidad» británico debido a la crisis, pareciera buscar la cohesión de un país fuertemente dividido –entre oposición, oficialismo «kirchnerista» y sindicatos- en lo único que pueden coincidir. Por tanto, y de un momento a otro, el gobierno irrumpió con un discurso patriota y perturbador, elevando el reclamo soberano al punto tal de erigirlo como causa nacional. Nadie habla de otra cosa en el país, y la cuestión comienza a adquirir un tufillo belicista hipotético y ridículo, que ambas partes saben con certeza que sería un despropósito fomentar en los tiempos que arrecian, y sobre todo un motivo más que inútil, como ser la confrontación bélica.

La realidad es que ambas cuestiones sometidas a análisis –la resolución adoptada por parte del Mercosur y el resurgimiento repentino del reclamo soberano sobre Malvinas- están beneficiando en gran medida al gobierno argentino de Kirchner y al británico de Cameron en cuanto al desvío de atención popular de otras cuestiones de suma importancia. Para el gobierno de Kirchner se podría decir que el beneficio obtenido del litigio ha sido casi intencionado, mientras que al gobierno de Cameron le ha venido como caído del cielo. Desde hace tiempo que el primero ministro deseaba desviar la tensión de la crisis económica, y esta fue una cuestión más que propicia, que no dudó en aprovechar. Todo parece indicar que las decisiones tomadas en relación con las islas, tanto de uno como de otro lado, se articularon en base a la conveniencia de sus propias políticas internas. No sería extraño, ya que Thatcher y Galtieri hicieron lo mismo en su día.

Mientras se cruzan improperios de un lado al otro del atlántico, en ambos países enfrentados se toman decisiones urticantes dignas de querer ser disimuladas por cualquier político que se precie debido al descontento popular que pueden llegar a generar en la opinión pública y el consecuente coste político. En Argentina, tras el apabullante triunfo de Cristina Kirchner en las elecciones de Octubre de 2011, se decidió acabar con el agónico modelo de subvenciones, lo que repercutiría dolorosamente en los bolsillos de toda la población. La cuestión Malvinas sirvió para desviar la atención de los tremendos aumentos que experimentaron servicios básicos tales como la electricidad, gas y transporte. En el caso del premier británico David Cameron, el asunto de las Malvinas, le trajo una bocanada de aire fresco para alivianar la tensión existente tras los severos recortes a su generoso y modélico estado de bienestar, y descansar de la irritación que suponen los problemas autonomistas (Escocia y Gales) y la creciente ola xenófoba. Por tanto, la sucesión de decisiones de gran calado en ambos países y que afectan de lleno a la población, desvirtúan el reclamo genuino por la soberanía transformándolo en una pantomima política, tanto de un lado como del otro.

Es preciso aclarar, que el reclamo sobre la soberanía de las islas por parte de Argentina es legítimo. Lo abona base histórica y documental, además de la vehemencia y sentimiento de todo el pueblo. Pero lo que sorprende y no convence es el momento y las circunstancias que rodean al mismo. Además, si verdaderamente existiera un interés genuino en llevar el asunto al límite, el gobierno de Kirchner podría haber prohibido el tránsito por su espacio aéreo de los aviones que vuelan entre Chile y las islas, medida que sí supondría un grave perjuicio, ya que los vuelos representan el nexo principal con el continente y la fuente primordial de reabastecimiento de las islas. Sin embargo, Buenos Aires desechó esta opción, que hubiera supuesto una auténtica escalada de tensiones y optó por llevar nuevamente el reclamo ante la ONU, aún a sabiendas del derecho de veto que posee Londres. Acertada decisión de la Argentina, que se reafirmó en el reclamo pacífico y situó a Londres como el actor belicoso de la disputa ante la opinión pública mundial.

El ejecutivo británico reaccionó de forma desproporcionada ante la arenga argentina. El envío del HMS Dauntless, flamante destructor de la marina real y el arribo del Príncipe de Gales, supusieron un gesto más que sutil por parte del otrora imperio para reafirmar su férrea posición respecto a las islas. Mientras, en la otra orilla, las declaraciones desafortunadas del Ministro argentino de Defensa no hicieron más que alentar la parodia nacionalista. En un alarde de patriotismo futbolero, se atrevió a decir que «si llegan a venir al territorio argentino cualquier fuerza armada inglesa no tenga la menor duda que nosotros vamos a ejercer nuestro legítimo derecho de defensa y tenemos capacidades y con qué hacerlo». El desaire fue un desatino, ya que es sabido que las fuerzas armadas argentinas, que tanto daño han hecho a su país a lo largo de toda su historia, actualmente se encuentran poco menos que desmanteladas, por lo que realmente poco podrían hacer ante una de las mayores potencias militares del mundo. La proclama del Ministro, chabacana y simplista, no hace más que reafirmar la hipótesis de que el revuelo por Malvinas no es más que una simple tapadera informativa para colar una serie de medidas difíciles que puedan llegar a afectar considerablemente la imagen del gobierno.

Pero realmente representaría algún beneficio para la Argentina la recuperación de las islas? Más allá del orgullo de recuperar lo propio, un pedazo de nación por el que murieron muchos argentinos, todo parece indicar que no, o al menos no en la actualidad. No sólo porque actualmente no suponen ningún beneficio económico, sino porque además representan un pozo sin fondo para las arcas del Estado británico. La manutención de las islas y sus pocos habitantes significa un importante despilfarro de recursos en época de crisis para Gran Bretaña. Aunque deberíamos tener en cuenta los potenciales recursos petroleros y pesqueros, unos supuestos y otros concretos, existentes en la zona. En un tiempo, las Malvinas pueden llegar a redituar su manutención en el futuro para terminar siendo una de las joyas de la corona. De ahí y de la clara importancia geoestratégica el sumo interés que profesa el ejecutivo británico por las islas.

Otra cuestión fundamental en este asunto y que es inherente a las Malvinas, son sus habitantes. Los Kelpers, habitantes de las islas, no quieren saber nada con pertenecer al país sudamericano. Previamente al conflicto militar (año 1965), tras la adopción de la resolución 2065 de las Naciones Unidas, se inició por parte de Argentina una sólida política de integración que allanaba el camino para una más que probable solución pacífica y consensuada acerca de la soberanía de las islas. Existían vínculos económicos y culturales fuertemente arraigados. Pero el manotazo de ahogado que significó la guerra impulsada por la última dictadura militar, supuso el fin de dicha política integracionista y el inicio del resquemor por parte de los kelpers hacia la Argentina. Ahora Reino Unido se escuda inteligentemente en el derecho de autodeterminación de los Kelpers para eludir el reclamo argentino, ya que los isleños quieren seguir teniendo pasaporte británico. Aunque también desean poder estudiar, hospitalizarse y viajar por esa Argentina que tienen a un paso, aunque completamente vedada. El principio que guía la descolonización es el de la autodeterminación, establecido por la resolución 1514 de 1960. Aunque existe otro de jerarquía superior, que es el de la integridad territorial. Este último es el que se debería aplicar en el caso de las islas.

Argentina se encuentra ante un reto difícil, del que seguramente no se obtengan resultados en un futuro cercano, ni siquiera a medio plazo. Cameron reafirmó con rotundidad su intención de no negociar al asegurar que del tema de la soberanía no se habla. A nivel de construir una política de estado sólida, el reclamo parece tener mucho sentido, dados los innumerables traspiés que se vinieron cometiendo desde la guerra. Pero la expectativa de recibir una acogida favorable al reclamo fuera de Latinoamérica, parece más que improbable, al menos hasta que transcurra un largo tiempo en el que se pueda volver a reconstruir la relación entre las Malvinas y Argentina que existía previamente a la contienda militar. Esperemos que se pueda alcanzar una solución pacífica a la trifulca y que no se utilice el valor emocional de los recordatorios del próximo 30 aniversario de la guerra para dejar de lado los acuciantes problemas actuales.

 

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