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La piratería, motor del desarrollo en Somalia

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Por Daniel Amoedo Barreiro

Tal y como antaño los ingresos provenientes de la piratería eran una importante fuente de financiación de la corona británica- a través del sistema de patentes de corso-, hoy, salvando las distancias, también lo son para la empobrecida Somalia. Si bien estos nuevos piratas no cuentan con el respaldo estatal (ya que el Gobierno Federal de Transición es una mera ficción), el dinero que recogen a través de las actividades ilegales que realizan –secuestro de buques de todo tipo y posterior exigencia de rescate- es una de las pocas entradas cuantificables del país, de la que buena parte se distribuye entre la población. Esto es al menos lo que recoge una investigación –que combina datos obtenidos de imágenes satelitales, del mercado local y de entrevistas en el terreno- llevada a cabo por el think tank británico Chatham House. En su informe, que salió a la luz el mes pasado, se afirma que algunas regiones de Somalia están experimentando un crecimiento exponencial desde el inicio de las actividades piratas.

El informe analiza la situación de la piratería en Somalia partiendo de la idea de que varios años de misiones navales para contrarrestarla han servido más bien poco y que, por tanto, la solución a este problema hay que buscarla en tierra. Se asume que los importantes esfuerzos económicos llevados a cabo por gobiernos de más de 30 naciones con la intención de acabar con la piratería –el coste del mantenimiento total de la flota desplegada en estos últimos años ronda los 7.000 millones de dólares anuales-, no se ha logrado eliminar esta amenaza. Los piratas han ido variando sus tácticas con el objetivo de eludir la vigilancia militar para atacar preferentemente a las embarcaciones que no hayan adoptado medidas eficaces para repeler los asaltos. Además, han optado por actuar también mar abierto, lejos del Golfo de Adén, lugar donde suele patrullar la flota internacional.

La violencia es un rasgo desgraciadamente habitual en Somalia, al menos desde 1991. Ante la incapacidad del aparato estatal de garantizar el monopolio del uso de la fuerza, se han ido multiplicando los grupos que optan por la violencia, en un caos en el que confluyen terroristas, señores de la guerra, insurgentes y bandas criminales; sin olvidar la intervención militar de algunos de los países vecinos. Somalia es, asimismo, uno de los países más pobres del mundo, con una renta per cápita estimada en menos de 300 dólares al año. Su estructura económica se basa en la actividad agrícola (lo que no impide que sufra de una crónica insuficiencia alimentaria) y un desigual desarrollo del sector de servicios, especialmente en torno a las comunicaciones y a las remesas de dinero que envía la diáspora somalí. Esto significa, entre otras cosas, que una cuarta parte de sus aproximadamente 9 millones de habitantes depende para sobrevivir de la ayuda que provee el Programa Mundial de Alimentos. Puede entenderse así que el porcentaje de las ganancias procedentes de los rescates obtenidos por los piratas que recibe de manera directa o indirecta la población local constituye un factor central para mejorar en cierta medida su nivel de bienestar.

Se calcula que el dinero exigido en cada rescate oscila entre los 690.000 y los 3 millones de dólares (registrándose el récord en 2010, cuando se pagaron unos 9 millones de dólares por un solo rescate). Aunque es muy complejo realizar un cálculo certero acerca de los ingresos totales de la piratería, las estimaciones más creíbles hablan de que las ganancias durante 2008 totalizaron unos 40 millones de dólares, mientras que en 2009 aumentaron considerablemente hasta los 70 millones. Por otro lado, se estima que de ese dinero, un tercio es convertido en chelines somalíes, beneficiando directamente al empleo casual y a los pastores, sobre todo en la región autoproclamada autónoma de Puntland. Su capital, Garowe, y la ciudad más poblada, Bosasso, son las más beneficiadas por la piratería, hasta el punto de que, junto con Mogadiscio, son de las muy pocas que cuentan con luz eléctrica en Somalia. Estas urbes han experimentado un desarrollo económico significativo en el transcurso de los últimos años, de ahí que las élites políticas de Puntland no parezcan realmente interesadas en luchar contra la piratería.

A las mismas conclusiones ha llegado la propia Organización de Naciones Unidas (ONU), que estimó que en 2008 el 40% de las ganancias que origina la piratería financia directamente el empleo local. De este porcentaje, un 30% va directamente a la tripulación pirata y sus familiares, mientras que el 10% restante financia las labores necesarias en tierra. Otro 10% se invierte en el pago de regalos y sobornos para la comunidad local y el 50% restante se paga a los financiadores y patrocinadores de la piratería, que presumiblemente se encuentran radicados fuera de Somalia.

Pero, ¿cómo se explica el interés de los secuestradores en contribuir con parte de sus ganancias a la gobernanza y el desarrollo local? Se podría presuponer, en un principio, que los piratas gastan su dinero en bienes de lujo o en drogas. En efecto esto es así, pero en paralelo también responden a las normas culturales imperantes en Somalia, que implican la costumbre/necesidad de compartir con los demás. Los somalíes que logran elevar su status social, a la par que lo hacen, comparten sus recursos de forma social (generalmente dentro del mismo clan al que pertenecen), siendo una obligación moral asistir y compartir con el resto. Si a esto se le une un mero cálculo de seguridad -que les lleva a «comprar» la lealtad/complicidad de sus vecinos para no ser denunciados, realizando ciertas labores asistenciales para beneficio de la población local o pagando directamente a líderes locales- se entenderá mejor las razones que llevan a ese tipo de comportamientos.

Las grandes redes financieras que facilitan las remesas de la diáspora somalí, dan testimonio igualmente de la fuerza de esta tradición de compartir. Por otro lado, cuando los somalíes pudientes comienzan a involucrarse en un consumo ostentoso, generan empleo mediante el consumo de activos costosos, como coches y casas grandes, que requieren choferes o protección privada. En todo caso, la investigación realizada en este sentido por Chatam House sugiere que el efecto más probable de la piratería sobre el desarrollo sea el progreso generalizado gradual antes que el consumo opulento de unos pocos. Así lo aseguraron algunos jefes piratas al ser interpelados acerca de cómo gastan sus más que considerables ingresos. Uno de ellos afirmó que «no es que tres personas nos dividamos un millón de dólares: el millón en realidad se divide entre más de trescientas».

Pero el dato más sorprendente y con el que concluye el informe, es que la piratería, a pesar de los significativos ingresos que genera, estos no llegan a alcanzar ni siquiera el 2% del coste total que provoca su propia actividad, calculado éste en base a las pérdidas que ocasiona y el gasto militar que se invierte en hacerle frente. Así, mientras que la piratería generó unos 250 millones de dólares en rescates durante el año 2010, se estima que la factura de pérdidas y coste de mantenimiento de la flota de guerra internacional, alcanzó los 12.000 millones de dólares. Si se reemplazase esta fuente de ingresos ilegal (por ejemplo mediante una combinación de fuerzas de seguridad y ayuda al desarrollo), representaría para la comunidad internacional un coste relativamente menor y, a su vez, un beneficio considerablemente mayor, no sólo para las naciones que financian las operaciones militares, sino también para el conjunto de la población somalí.

Una de las paradojas que muestra la situación de Somalia es que la estrategia militar en marcha, que pretende la erradicación de la piratería, podría poner en serio peligro el lento pero estable desarrollo que se está consiguiendo en la región gracias a los ingresos provenientes de dicha práctica. Aunque solo fuera por esto, resulta necesario replantearse la continuidad de dicha estrategia y la posibilidad de reemplazarla por otra más adecuada que cuente con un enfoque vinculado al desarrollo efectivo del país con el objetivo de erradicar la pobreza y la miseria que aqueja a Somalia desde hace tanto tiempo.

 

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