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Actualidad | Artículos propios

Una de piratas

La reciente criminalización por parte de los medios informativos de los asaltantes de barcos que actúan en el cuerno de África, nos ha hecho sentir como si viviéramos en los tiempos del Capitán Drake y Barbanegra. Estos nuevos «piratas» distan mucho de aquellos tan legendarios y ya no cuentan con ese halo de glamour que históricamente caracterizaba a los que aparecen en la literatura, cine y televisión, donde el heroísmo y la gloria eran cualidades imprescindibles para cualquier pirata que se precie. Los nuevos, creados por la televisión, tienen hambre, pero no de gloria. Y es debido a esa triste razón que comenzaron a atacar a la única fuente de riqueza que tenían a mano tras el verdadero saqueo perpetrado por las flotas pesqueras de Asia, América del Norte y Europa a sus costas. Aún así, la prensa internacional se empecina en hacernos creer la historia de unos piratas muy malos, que atacan sin piedad a los enormes e inocentes barcos mercantes que por allí navegan. Es así como los somalíes, casi sin quererlo, se convirtieron en los temibles piratas del nuevo siglo.

Somalia ha estado últimamente en boca de todos, acaparando titulares en los medios de comunicación, aunque sea, lamentablemente, debido al flujo incesante de malas noticias que de allí provienen. País plagado de desgracias, en un primer momento, atrajo la atención mundial por los secuestros que efectuaban asaltantes somalíes en pequeñas lanchas a los grandes barcos que por allí pasaban. Los hechos de piratería despertaron cierta curiosidad por parte de los medios, que vieron en la noticia un posible filón informativo, por lo que se apresuraron a bautizar a aquellos bandidos acuáticos con un nombre atractivo y ya algo olvidado: piratas. Hoy en día, y a pesar de que la piratería sigue siendo un tema recurrente, también se habla –aunque no tanto- de otra gran desgracia que asola la región: la hambruna. Pero, ¿cómo se llegó a esta incesante serie de infortunios? Es necesario repasar la trágica historia de este país para dilucidar quiénes son estos «malvados piratas» que aquejan a los barcos mercantes de occidente.

Tras una convulsionada historia y una cruenta guerra civil que aún hoy no parece tener atisbo alguno de solución, Somalia desembocó en una de las peores hambrunas jamás vista. Corría el año 1991, y por televisión y medios escritos comenzaban a circular fotos y vídeos espectacularmente angustiantes, que conmocionaron a la opinión pública internacional. Nadie quería creer que las imágenes que se mostraban una y otra vez retrataban el mundo actual en que vivimos. La guerra de clanes había sumido a Somalia en la más absoluta pobreza, y las peleas internas por el control de los recursos habían dejado a miles de personas sin nada que comer. El Estado, en estado deplorable, poco podía hacer ante esta dramática coyuntura, y no contaba –ni cuenta a día de hoy- con los recursos ni la fuerza necesaria para hacerse con el control de la situación.

Ante este escenario –vacío de poder unido a un frágil Gobierno que apenas puede hacerse con el control de la capital- comenzaron a surgir los auténticos piratas, que vislumbraron una rentabilísima oportunidad de negocio. Flotas pesqueras enteras de Asia, América del Norte y sobre todo de Europa –España y Francia principalmente- comenzaron a acercarse tímidamente a las costas del país sin Estado, para apropiarse de sus recursos pesqueros, debido a que los propios ya hacía tiempo que estaban agotados. Las empresas pesqueras comenzaron a arrasar y esquilmar los caladeros somalíes, utilizando técnicas de pesca prohibidas, robando de forma descarada la principal fuente alimenticia de la población y terminando con la única forma de ganarse la vida que tenían los pescadores locales.

Ante esta situación, dichos pescadores reaccionaron de manera desesperada, y decidieron intentar amedrentar a los descarados barcos que invadían sus costas y robaban sus recursos, pero nadie les tomó en serio. Incluso la ONU, a pesar de constatar mediante expertos propios el expolio que se estaba sufriendo, hizo la vista gorda.

Fue así como decidieron armarse y utilizar lanchas rápidas. El grupo se denominó, a mucha honra, «Guardacostas Voluntarios de Somalia», y cuenta con un 70% de apoyo popular. A partir de aquí la historia ya nos suena conocida: en cuanto comenzaron a abordar grandes barcos y pedir rescates se formó una fuerza multinacional, comandada por España y Francia, que salió a defender nuestro atún y marisco barato. Actualmente dicha misión, que curiosamente cuenta con el apoyo de la ONU, es la mayor operación aeronaval conjunta de la Unión Europea, y patrulla la zona intentando proteger «nuestros» barcos.

Insatisfechos aún con el saqueo de peces ajenos, y a sabiendas de que sus actos quedarían impunes, los buques también comenzaron a contaminar las costas de Somalia abandonando barriles que contenían desechos tóxicos y radioactivos. El contenido de los mismos no se conoció sino hasta 2004, cuando las olas del tsunami del océano índico arrastraron con fuerza los barriles a las costas, ocasionando roturas y consiguientes fugas. Los barriles contenían uranio y todo tipo de metales pesados: combinación mortal para cualquier ser vivo. La basura tóxica y nuclear provocó en la población todo tipo de enfermedades, infecciones y malformaciones, que provocaron la muerte de 300 personas de forma repentina. Se estima que a raíz de la contaminación tóxica, hasta el 40% de la población somalí puede padecer cáncer. A pesar de estas cifras vergonzantes, ni siquiera la ONU se animó a levantar la voz sobre el asunto. Un negocio demasiado rentable como para entrometerse.

Actualmente, más de 800 barcos faenan sin licencia en las aguas frente a Somalia, incluyendo las territoriales. Los ingresos generados por este tipo de pesca, llamada «IUU» (por sus siglas en inglés: ilegal, no declarada y no regulada) ascienden a más de 450 millones de dólares anuales. No sólo afecta a Somalia, sino que también se extiende a las aguas jurisdiccionales de unos 15 países africanos, desde Marruecos y Mauritania, en el norte, hasta Angola, en el sur. En total, se calcula que estos países pierden –o les roban- anualmente entre 9.000 y 24.000 millones de dólares al año, cuantificándose la captura ilegal en hasta 26 millones de toneladas de pescado, lo que equivale a casi el 22% de la producción total mundial. Debido a estas prácticas ilegales y abusivas, se está exterminando la vida marina de los mares y océanos del mundo. Los ecosistemas marinos están explotados al máximo, destruyendo la capacidad de regeneración, provocando que nuestros recursos pesqueros ya tengan fecha de caducidad: 2048.

Pero no todo son malas noticias para Somalia. A pesar de la guerra civil, la miseria, los piratas y la hambruna –que no es poco-, cuenta con una de las mejores redes de telefonía inalámbrica de toda África, que les permite realizar a los ciudadanos somalíes –que no serán muchos, en un país donde más del 70% vive con menos de 2 dólares al día- transferencias bancarias por teléfono móvil. Paradojas del capitalismo moderno. Siempre hay una oportunidad de negocio, incluso donde reina la miseria. En las mejores escuelas de negocios, se deben relamer con este grandioso ejemplo que demuestra las bondades de la economía de mercado. El periódico «The Wall Street Journal» -diario financiero por excelencia- publicó un artículo en el año 2010 sobre esta oportunidad de negocio tan particular, animando a los potenciales inversores a que contemplen la posibilidad de invertir allí. En él, se comentaba que «algunos negocios ‘complejos´ pueden prosperar incluso en los mercados menos desarrollados», palabras elegantes para decir que incluso a los más miserables se les puede rascar algo de dinero fresco. Los somalíes no tendrán pan y se morirán de hambre, pero al menos no se van a quedar sin contárselo a sus amigos por mensaje de texto.

Empobrecer aún más una de las regiones más miserables del mundo. De eso se encargan las grandes potencias, robando con total impunidad. Mientras, nosotros, nos seguimos creyendo los cuentos de piratas con los que nos duermen.

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