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Afganistán: ¿basta con pedir disculpas?

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Afortunadamente, ya nadie habla de efectos colaterales y mucho menos de víctimas colaterales en los conflictos. Ambas denominaciones han pasado a considerarse políticamente incorrectas y han entrado en desuso en las crónicas de los conflictos armados.

Y sin embargo, usemos la terminología que queramos, cada vez son más las víctimas civiles en las guerras, y en casos como el de Afganistán y la matanza ocurrida esta semana, se han convertido ya en un verdadero drama que, además, pone en cuestión la credibilidad de las fuerzas de ocupación y del resto de tropas internacionales presentes en el país.

Y esto, a escasas semanas de un supuesto cambio de rumbo en la política estadounidense hacia el país asiático y con un agravamiento acelerado de la situación en su vecino Pakistán, constituyen una amenaza para los que han hecho la resolución del laberinto afgano el eje central de su política exterior.

Por más que se tiendan a presentar de un modo confuso y de que sus funciones se hayan desdibujado totalmente, conviene recordar que en Afganistán coexisten varias misiones internacionales con diferentes grados de legitimidad internacional: ISAF liderada por la OTAN y con un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU y Libertad Duradera que no cuenta con ningún mandato internacional legal y que responde a los planteamiento de los Estados Unidos de combatir al antiguo régimen talibán como cómplice o acogedor de los terroristas que perpetraron los ataques del 11 de septiembre.

Legítima defensa arguyeron y arguyen algunos en lo que se transformó en una operación con un objetivo tan difuso como el acabar con Al-Qaeda. O en algo todavía más esotérico: la guerra total contra el terror. Con el paso del tiempo y el creciente involucramiento de la OTAN y de muchos de sus Estados miembros en el país, unido a la convicción por parte de muchos de ellos de que en Afganistán se juega el futuro de la Alianza, la confusión entre ambas misiones es total y ese hecho no está siendo suficientemente valorado por los países presentes en la zona que ven como desde el inicio de las operaciones, algunos irresponsables actos cometidos por Libertad Duradera comprometen al conjunto de la presencia militar externa en el país. Y este ha sido el caso esta semana.

El bombardeo indiscriminado de la aldea de Granai, en el distrito de Bala Baluk, con más de un centenar de muertos en la población civil ha sido de tal magnitud, que hasta el normalmente moderado Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha realizado una enérgica condena. El argumento de que las fuerzas talibán usaban a la población civil como escudo humano no es en este caso de recibo ya que el Derecho internacional humanitario (DIH) establece que, aún en el caso de que haya sospecha de que algunos combatientes se oculten en viviendas civiles, estas no pueden ser un objetivo militar lícito si existe la posibilidad de que sus habitantes permanezcan en ellas.

«Reiteramos nuestra preocupación por el hecho de que demasiados civiles en Afganistán resultan muertos en incidentes como ataques aéreos y ataques suicidas con bombas», dijo el delegado del CICR, Reto Stocker.

Por ello, las disculpas expresadas por el presidente Barack Obama tras el conocimiento de los ataques pueden ser una muestra de un talante diferente al de su predecesor, pero no son, en ningún caso, suficientes. La puesta en marcha de una investigación que depure responsabilidades parece en este caso lo mínimo que podría esperarse.

En cualquier caso, hechos de este tipo ponen en cuestión la nueva estrategia de los Estados Unidos en Afganistán, que ya es de por si bastante confusa, al plantear una mayor participación en actividades de desarrollo que redunden en una mejora en el bienestar de la población afgana, lo cual es inteligente y muy loable, pero pretende hacer eso con mayor presencia militar. La experiencia de los llamados PRT (Equipos provinciales de reconstrucción) como los que lideran países como España o los Países bajos, muestran que ese enfoque aún siendo más adecuado que la mera presencia militar, tiene sus límites si las tropas siguen cometiendo exacciones sobre la población civil. Y a eso hay que añadir que todos los observadores coinciden en afirmar que el pueblo afgano está cada vez más harto y se muestra más hostil contra cualquier presencia occidental.

En este complejo escenario, las elecciones presidenciales del próximo mes de agosto aparecen como el siguiente hito fundamental. Pero ¿va a seguir la comunidad internacional apoyando exclusivamente a un candidato como Karzai cada vez más desprestigiado entre su propio pueblo?

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