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Afganistán después de unas elecciones dudosas

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(Para Radio Nederland)
A estas alturas, todos los calificativos o expresiones de preocupación, incluso de estupor, han sido usados para referirse a la situación en Afganistán: laberinto, callejón sin salida, dilema irresoluble, verdad incómoda, rompecabezas, avispero, situación insostenible, principio de Peter, un nuevo Vietnam, … y pese a ello, o precisamente por ello, las opiniones públicas de los países que mantienen tropas en el país asiático se muestran cada vez más contrarias a su presencia allí.

¿Cómo explicar que se produzca un fraude electoral, incluso denunciado por la propia ONU, en el país del mundo con más presencia militar extranjera que, irónicamente, tendría entre sus funciones velar por la limpieza de las elecciones? ¿Cómo mantener la ficción de que las tropas de ISAF bajo mandato OTAN son una operación de paz y solo participan en actos de combate en situaciones de legítima defensa, cuando su general al mando es el mismo que el de «Libertad Duradera», operación de combate iniciada por los Estados Unidos contra los talibán con un soporte jurídico más que dudoso? ¿Cómo seguir insistiendo en que se está contribuyendo a la construcción de un estado democrático cuando el Presidente Hamid Karzai manipula a su antojo los resultados electorales y trata de consolidar a su grupo al mando del país de modo dictatorial? ¿Cómo explicar que día tras día se produzcan numerosas bajas de civiles afganos en ataques de las tropas extranjeras sin que los responsables sean investigados y, en su caso, enjuiciados con rigor? La falta de respuestas a estas simples preguntas están en la base, por más que los gobiernos con presencia en Afganistán se empeñen en contar otra cosa, de la desconfianza ciudadana creciente sobre la conveniencia de continuar en el país. Y esa desconfianza afecta tanto al plano político como al militar.

Es evidente que los datos sobre el fraude electoral debieran ser la gota de agua que colmara el vaso del apoyo prácticamente incondicional que los países occidentales han dado a Karzai. Y sin embargo, las primeras reacciones reflejan el famoso bussines as usual tan común en la diplomacia. El Alto representante de la política exterior de la Unión Europea Javier Solana manifestó que «no había que precipitarse y que lo esencial era que al final el resultado fuera creíble» sin explicar para quién debía ser creíble el escrutinio final.

Pese a que desde la llegada del presidente Obama a la Casa Blanca se comenzó a hablar de cambios de estrategia y de la necesidad de redefinir los objetivos de la presencia en Afganistán, los ejes de las nuevas propuestas son poco originales: aumento de la presencia militar –eso sí haciendo llamamientos a sus funciones en la formación de las fuerzas armadas locales y en las tareas de reconstrucción, lo cual también entraña nuevos riesgos de confusión con las organizaciones humanitarias y de desarrollo-, y apoyo político a Karzai como líder que debe democratizar el país y construir un estado viable. Y aunque numerosos analistas han propuesto un cambio de paradigma en esa estrategia, sugiriendo la negociación con sectores moderados hasta ahora más proclives a los talibanes, ampliando el apoyo a otros líderes como Abdullah Abdullah, y mejorando los lazos con los sectores civiles afganos, nada se ha avanzado en esa línea. Esta semana el Director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS) John Chipman proponía de modo provocador «más ideas y menos soldados» y «una estrategia más sagaz» pero tampoco concretó mucho en que debía consistir esa estrategia. Y si desde hace semanas era claro que las cosas no iban bien en el plano militar y que los insurgentes controlan buena parte del territorio fuera de las ciudades, los indicios de fraude electoral ponen en cuestión el pilar político de la estrategia.

En cualquier caso, pese al apoyo que se pueda dar desde Europa a esos prometidos cambios de estrategia de la administración Obama, que sigue definiendo lo que allí sucede como «una guerra necesaria», la Unión Europea haría bien en definir una posición propia sobre Afganistán que rompiera la tradición de ir a remolque de los Estados Unidos y de los dictados de la OTAN. No parece que para Europa sea tan «necesaria». Los países europeos salvo el Reino Unido, no participaron en el inicio de Libertad Duradera y tras la puesta en marcha de ISAF se han dejado arrastrar a acciones de combate que no estaban en su mandato. Hace dos años en estas mismas páginas expresábamos nuestras dudas sobre la legitimidad en la mezcla de ambas operaciones y en la confusión y riesgo que ello entrañaba.

«… la convicción de que era precisa una mayor legitimidad y presencia internacional liderada por la ONU, pero también la necesidad por parte de Estados Unidos de enviar tropas a Iraq, hicieron que la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF), creada posteriormente a Libertad Duradera, fuera ampliando su presencia en el país y, bajo el mando de la OTAN desde agosto de 2003, comenzará a verse envuelta en acciones de combate. Esta deriva en el mandato y la práctica de ISAF han estado, a nuestro juicio, en la base de la oposición de las opiniones públicas a la permanencia en Afganistán, ya que no se ha explicado en ningún país esa dualidad entre las tareas de reconstrucción y la participación en acciones bélicas y esa transformación de facto de ISAF. Evidentemente las tareas de reconstrucción y fortalecimiento del estado que intentan poner en marcha los PRT (Equipos Provinciales de Reconstrucción), necesitan de seguridad. Pero hacer esto sinónimo de participación en combates contra los talibán, y más aún, la falta de discriminación en muchas acciones de combate que se han saldado con numerosas bajas civiles entre la población afgana, han tenido un elevado coste en la propia credibilidad de las fuerzas de ISAF y su papel en el país».

No pretendemos pasar por proféticos pero desde hace dos años en que se publicaron estas líneas las cosas no han hecho sino empeorar.
Y volviendo al inicio del artículo ¿cuáles son las opciones?. Pues en primer lugar investigar a fondo los resultados y el proceso electoral y no de la manera timorata que está proponiendo la UE. Y ser consecuente y presionar de modo más decidido a un régimen al que hasta ahora se le ha dado carta blanca.

Y desde luego, no asumir solo el triste papel de preparar una enésima conferencia internacional de donantes para la reconstrucción. Al menos, eso no.

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